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La denostada heterosexualidad

Por Sigfrid Soria del Castillo Olivares

 

Nos hemos puesto en contra radicalmente de la naturaleza humana. La evolución de las especies ha determinado, en el código genético de todos los seres humanos, unas pautas sexuales que son rechazadas frontalmente y a todos los niveles, sobre todo en el caso de los XY que sentimos atracción por las XX. Es decir, lo acumulado por válido durante millones de años está siendo criminalizado en un intervalo de tiempo cortísimo, lo cual está coadyubando a que la lacra de la violencia intrafamiliar perdure y empeore. El mero hecho de ser varón y sentir deseo hacia una mujer genera un conflicto, el conflicto entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo inevitable y lo evitable, entre lo presuntamente evolucionado y lo condenadamente arcaico.

 

Así, aclamados e icónicos artistas como Antonio Molina, Manolo Escobar o El Fary hoy serían censurados e, incluso, denunciados y perseguidos; hablamos de lo que tan solo hace 4 ó 5 décadas era patrón de conducta social. Pero en esa misma línea también podemos hablar de los rompedores en 1989 Hombres G y su “Sufre Mamón” o los innovadores en 1999 Estopa y su “La Raja de tu Falda”, que en la actualidad serían literalmente machacados como intolerables machistas. Esta realidad sociológica que impregna todo y a todos obliga a reprimir la libido heterosexual masculina, generando varones jóvenes tendentes a disimular cualquier manifestación de su masculinidad, bien conductual o bien estética, estando por tanto y por contra muy bien aceptada la feminización de ellos. En el mismo sentido, aunque en menor medida que en los varones, cotiza al alza la imagen de la mujer liberada de los estereotipos femeninos imperantes hasta hace bien poco, por lo que en ellas se impone la androginia. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de eliminar diferencias fenotípicas negando u obviando el hecho genotípico, sin importar las consecuencias que de ello puedan derivarse y que básicamente resumo en dos: la homogeneización sexual de la humanidad bajo la óptica socialista del todos somos iguales y la, aún más grave, puesta en peligro de la continuidad de la especie humana, siempre y cuando este sinsentido no se corrija para evitar su absurda deriva.

 

Es tal el omnipresente condicionante adverso que soporta el varón heterosexual, promovido por la desnortada progresía, que hasta el marco jurídico y su consecuente actuación judicial le discrimina y, por tanto, le obliga directa e indirectamente a renunciar a su condición genética y a los derivados instintos que de ella emanan. Me refiero al indiscutible, antidemocrático e insólito hecho de que en la España de 2019 ser hombre heterosexual implica presunción de culpabilidad, culpabilidad de todo cuanto afecte o refiera a la mujer. Hago especial hincapié en esto último y sugiero al lector que reflexione acerca de esta histórica barbaridad que revienta el Derecho Fundamental a la Presunción de Inocencia del 50% de los españoles. Y sirva este ejemplo para demostrar lo enferma que está la Sociedad española, donde lo que se impone es la desaparición de tanto la masculinidad como la feminidad.

 

Habiendo hecho solo mención en el primer párrafo a que la desprestigiada heterosexualidad coadyuba a la violencia intrafamiliar, profundizaré en ello en las próximas líneas. La definición de roles sexuales se ha difuminado más rápido que el imprescindible proceso educativo, cultural y social que debiera haber acompañado el cambio de modelo, de hecho, lo que ha habido es un arrollador y forzado cambio de paradigma, y quienes no lo han digerido recurren a la violencia intrafamiliar, siempre gratuita, triste y completamente absurda. Hay quienes integran en su conducta, entre otras cosas por estrategia de supervivencia social, el diluido rol que toque; hay quienes racionalizan el asunto y eligen libremente afirmarse en lo masculino o lo femenino aún a riesgo de ser objetos de rechazo; y hay finalmente quienes explotan y cometen barbaridades que, con este análisis, pretendo explicar, aunque de ninguna manera justificar.

 

Conste que en este artículo me he limitado al ámbito hetero y a su paulatina, pero ya muy avanzada, difuminación de identificadores naturales. Lo digo porque ni he rozado lo que concierne a todo lo distinto a lo heterosexual que también, por supuesto, condiciona y modifica los patrones sociológicos de conducta. Pero con la dosis de descalificaciones que ya me va a caer, pese a haberme limitado a lo que me he limitado, por lo plasmado en esta entrega, ya es suficiente. Abordaré próximamente las otras problemáticas relacionadas con las llamadas opciones sexuales, que según parece hay descritas incluso hasta decenas, no vaya a ser que a mis críticos se les acumule el trabajo. Y es que yo procuro cuidar mucho a mis críticos.

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