Viernes, 05 Diciembre 2025
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flotilla

Por Bruno Perera

 

Cuando a finales de agosto zarpó desde Barcelona la llamada Flotilla Global Sumud, con unos cincuenta barcos y quinientos activistas, muchos creyeron que se trataba de un gesto humanitario. En realidad, ha terminado siendo un espectáculo político, un viaje de egos disfrazado de solidaridad que, lejos de ayudar a los palestinos, los ha dejado en una situación aún más comprometida ante Israel y ante el mundo.

Porque lo cierto es que no iban a llevar medicinas ni alimentos en cantidad significativa. Lo que transportaban era ideología, cámaras, banderas y discursos preparados para las redes sociales. Iban a desafiar a Israel, no a socorrer a Gaza. Y eso, en la práctica, solo ha servido para justificar nuevas medidas de seguridad israelíes y más control sobre la franja, precisamente lo contrario de lo que decían buscar.

Entre los nombres más sonoros estaban Greta Thunberg y Ada Colau, dos figuras más acostumbradas a la pancarta que a la diplomacia. La primera, convertida en icono mediático del activismo climático, quiso ahora reconvertirse en heroína internacional del antiisraelismo. La segunda, exalcaldesa de Barcelona, parece decidida a mantenerse en el foco político internacional a cualquier precio, aunque sea navegando en una flotilla improvisada que nunca iba a llegar a destino. Ambas, más que ayudar, ofrecieron a Israel un argumento perfecto: el de que se trataba de una provocación organizada por personajes que viven del cuento político y del postureo mediático.

El resultado ha sido previsible. Israel interceptó la casi totalidad de las embarcaciones antes de que se aproximaran a las aguas de Gaza. Los activistas fueron detenidos, algunos deportados y otros investigados. Hubo denuncias de maltratos, pero también contradicciones y relatos inflados. Ni un solo palestino recibió ayuda tangible. Ni una sola vida cambió para mejor.

Lo que sí cambió fue la narrativa internacional: el gobierno israelí se sintió fortalecido, el bloqueo se justificó nuevamente por motivos de seguridad, y los propios palestinos quedaron atrapados, otra vez, en la guerra simbólica que libran terceros a costa de su sufrimiento.

La Flotilla Sumud pasará a la historia no como un acto humanitario, sino como un viaje de propaganda, el intento fallido de unos cuantos políticos y activistas de seguir vendiendo su marca personal a base de "solidaridad" de salón. En vez de tender puentes, levantaron más muros.

Apéndice: Datos y fuentes contrastadas

Israel interceptó 41 de los 42 barcos de la flotilla antes de que alcanzaran Gaza (Reuters, 3 octubre 2025).

Un barco fue dañado en Túnez en un incidente atribuido a un dron; las autoridades locales lo negaron (Reuters, 8 septiembre 2025).

Activistas denunciaron maltratos durante su detención; Israel lo desmintió (AP News, 2 octubre 2025).

Greta Thunberg abandonó la dirección de la flotilla por desacuerdos internos, aunque permaneció como miembro (ABC, 18 septiembre 2025).

La flotilla partió desde Barcelona con el objetivo declarado de romper el bloqueo marítimo sobre Gaza (El País, 31 agosto 2025).

Nota:

Todos estos flotilleros deberían rendir cuentas por haber zarpado desde España rumbo a una zona en guerra, con el beneplácito o la pasividad del propio Gobierno español. Su aventura no solo fue una temeridad, sino también una imprudencia diplomática que dejó a España entre la espada y la pared, dando al mundo la imagen de una nación de pandereta dispuesta a aplaudir cualquier ocurrencia disfrazada de activismo. Una vez más, se mezclaron el postureo político, las oenegés de salón y el buenismo institucional que abre la puerta a todo, incluso a la ilegalidad.

 


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