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La involución del deporte

Por Guillermo Uruñuela, redactor de www.radiomarcalanzarote.com

 

Hay cosas que evolucionan, entendiendo como tal, la acción de transformarse o de desarrollarse. El planeta deportivo, como parte lúdica del mundo en el que vivimos, también experimenta estos azotes del sino. Es incontrolable frenar el curso natural que afecta a todos los ámbitos sociales por inertes que parezcan. Esta evolución, envuelta en una estética atractiva, no siempre se trata de una mejora con respecto a lo anterior, incluso me atrevería a confirmar que ocurre todo lo contrario.

 

El deporte desde la base –mejor dicho, sobre todo en la base- indiferentemente de la disciplina elegida, está sufriendo una involución constante. Parece algo contradictorio e incoherente dadas las circunstancias pero es así. Precisamente, nos encontramos en una época en la que cualquier monitor/entrenador tiene que pasar los pertinentes filtros para poder dirigir equipos de cantera. Tienen para ello que formarse, estudiar táctica, técnica colectiva, preparación física… incluso algo de anatomía básica. Y está muy bien. De verdad.

 

Pero lo que se está perdiendo por el camino con tanta preocupación teórica es el adoctrinamiento en otros aspectos que no aparecen en los libros como el esfuerzo, la aceptación de unas normas de conducta, la educación por encima de cualquier resultado o la capacidad de sufrimiento. Algo tenemos que estar haciendo mal porque ahora precisamente que nos encontramos –generalmente- con buenas instalaciones para los chicos, con material de calidad, con entrenadores formados y demás…es cuando los chicos peor preparados están. Con esto me refiero a que los más pequeños, desde edades tempranas, pierden la ilusión con la misma rapidez que encuentran un nuevo estímulo. No tienen capacidad para asumir que formando parte de un grupo adquieres una responsabilidad que afecta directamente a tu compañero –aunque tu universo egocéntrico se vea descolocado-. Todos quieren triunfar, salir en la tele y vivir a todo trapo pero convendría recordarles que para comerte el pastel, antes tienes que pringarte durante años.

 

Quizá sea la tele o la comodidad a la que estamos acostumbrando a nuestros hijos. O el Brexit. Yo que sé. Recuerdo en mi infancia cómo tenía que recorrer varios kilómetros en guaguas para llegar a un entrenamiento a sabiendas de que el domingo tocaba banco. Pero era mi deber. Otro argumento recurrente es la falta a los entrenamientos o el abandono de la práctica deportiva por motivos escolares o universitarios. Les aseguro que si se tiene voluntad, se puede compaginar a la perfección y más en una etapa en la que la energía se pierde a raudales en memeces.

 

Hoy si no juego, dejo el equipo. Si el entrenador no me pone será cosa suya, que me tiene manía o que no le gusta el color de mis botas. Siempre encontramos una excusa y no una solución madura. Y al final, en la cadena de desastres, los máximos responsables somos los padres o los entrenadores o quien sea que se ponga delante de un joven. Porque la biología humana te indica que ni un niño, ni un adolescente tiene esa capacidad analítica, pero sí nosotros en nuestra condición de “adultos”, o eso por lo menos, es lo que se nos presupone.

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