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Los Borbones y la genética golpista

 

 

Sigfrid Soria

 

Entiendo que este artículo va a levantar ampollas, causadas hasta por el propio encabezamiento, así como también afirmo que tanto la monarquía parlamentaria como la propia Casa Real en la España de 2020 son un mal menor, habida cuenta de las brutales amenazas que sufre España. Porque quede claro que hay vida democrática más allá de nuestro sistema constitucional, aunque diferente es que sea conveniente cambiarlo en este momento, que no lo es en absoluto, como tampoco lo sería extraer una muela en plena crisis infecciosa.

 

El abuelo y el padre de la tastatarabuela de Felipe VI, Carlos IV y Fernando VII, entregaron España y la Corona española a Napoleón Bonaparte en un encuentro que mantuvieron en Bayona en el año 1808. El Emperador francés, a su vez, otorgó la Corona a su hermano José y los españoles, vendidos a los franceses por los Borbones, recurrieron a dejarse literalmente la piel para recuperar su nación con la Guerra de la Independencia, guerra que causó cientos de miles de muertos españoles, guerra que devastó social y económicamente a España, pero guerra que supuso un infierno para Napoleón, el cual palpó con brutal crudeza el límite a su diabólica ansia expansionista. Mientras los españoles morían para recuperar su patria, Fernando VII felicitaba a Napoleón cada vez que tenía un éxito militar en la contienda. Además de luchar y de morir, los españoles se dotaron de una histórica y ejemplar herramienta democrática en un intento de modernizarse, la Constitución de Cádiz de 1812. Con lo que no contaba Fernando VII es con la derrota de los franceses, derrota que no desperdició para volver a colocarse como Rey de España. Claro está, el nuevo Rey consideró una amenaza aquella, avanzadísima para la época, Carta Magna, la cual no dudó ni un minuto en derogar. Todo un golpe de estado perpetrado por un golpista, cobarde y traidor en el que, por supuesto, desapareció la prensa libre, se cerraron universidades y eliminaron ayuntamientos y diputaciones.

 

Seguimos con el siguiente episodio borbónico, del que avanzo no va a desmerecer en vergüenza al que me acabo de referir. La correspondiente investigación parlamentaria de la muerte de los 20.000 soldados españoles el 22 de julio de 1921 en Annual, apuntaron al bisabuelo de Felipe VI como responsable de aquella nefasta operación militar. El propio Alfonso XIII dijo al ministro de Instrucción Pública, Joaquín Salvatella, que “una dictadura era inevitable e imprescindible”, porque el informe de Annual no podía llegar al Congreso de los Diputados. El Rey Borbón entregó la democracia de España a Miguel Primo de Rivera tras la oportuna suspensión de la Constitución, le entregó al militar el poder dictatorial con la consecuente disolución de ayuntamientos y prohibición de partidos políticos. Dos meses después de aquel golpe de estado Real, se encontró en Roma con el Rey Víctor Manuel III al cual le dijo que ya tenía a “su Mussolini”. Pero el tiro le salió por la culata y ocho años después huyó de España y de la insostenible situación a la que la había abocado con la excusa de evitar un derramamiento de sangre, cuando lo cierto es que huyó despavorido para evitar el derramamiento de su propia sangre. Después apoyó a Franco y babeó por volver, babeó quemando la poca dignidad que le quedaba, aunque ello fue completamente infructuoso. Otro Borbón golpista, cobarde y traidor.

 

El padre de Felipe VI, el Rey Emérito, fue designado por Franco para sucederle. He escrito sucederle porque esa exactamente fue la intención del dictador, confiando la Jefatura del Estado en la monarquía y confiando también en que las ocho Leyes Fundamentales del Reino perduraran sine die. De hecho, pensó y dijo que todo estaba atado y bien atado. No obstante, nadie, ni siquiera los progres, puede poner en duda la legitimidad del Rey Juan Carlos I como Rey, ya que su designación fue aceptada por las Cortes Españolas franquistas, proclamado monarca en el Congreso de los Diputados post franquista y refrendado directamente por todos los españoles en el referéndum de la Constitución de 1978. Pero, precisamente por ser una cosa la encomienda inicial del nuevo Rey, y otra muy distinta los rapidísimos acontecimientos que ocurrían en España, el gen golpista afectó a Don Juan Carlos, urdiendo así el golpe de estado de 1981. Menos mal que los genes de la cobardía y la traición del Borbón contrarrestaron a tiempo al gen golpista y la democracia pudo continuar su curso.

 

 

Y, por fin, llegamos a Felipe VI, el Borbón mejor preparado de los diez que han sido reyes y el único universitario. Terriblemente afectado por el buenismo, la corrección política, el miedo a estar en la cuerda floja y hasta el complejo por los zarpazos progres de su propia mujer. Aunque lo más importante que juega en su contra y en contra de la monarquía parlamentaria seguramente es su propio carácter, que es más flojo que el del cuñado de Rocky. Porque si fuera fuerte, jamás habría designado candidato a investidura a Pedro Sánchez, a sabiendas de que quienes le van a apoyar lo van a hacer a cambio de liquidar a España y de acabar con la propia monarquía. Parece que, en este caso, el peso genético borbónico golpista se manifiesta haciendo la vista gorda ante los destructores de España. ¿Será capaz Felipe VI de superar su carga genética golpista, cobarde y traidora? Para contestar a esta pregunta hay que tener en cuenta la variable de su condición de Capitán General de las FFAA. Lo veremos en breve.

 

 

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