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¿Nos enfrentamos a un mate?

Por Sigfrid Soria del Castillo Olivares

 

  • rtve.es

  • Soy un apasionado del ajedrez desde que tengo uso de razón y tanto es así, que vivo la vida y todos sus problemas con los mismos análisis, predicciones, planificaciones, toma de riesgos y retroalimentaciones de cualquier partida. Profundizando en la esencia de este juego, particularmente yo lo llamo ciencia, remarco una de sus principales características, que es la de que cualquiera de los sucesivos movimientos de apertura, medio y final es trascendental, bien para la victoria o para la derrota. De ese modo enfoco este artículo de opinión, analizando en qué punto estamos en relación al impacto que el virus SARS-CoV-2 está teniendo en España y haciéndolo no solo fijándome en el día de hoy, sino en todos los movimientos hechos hasta ahora, los que se podrían haber hecho, los que probablemente se hagan y el pronóstico final.

     

    En este momento, ya tenemos más mortalidad que China o Irán, teniendo el primero de esos dos países 30 veces más población y el segundo casi el doble. Desde la primera alerta internacional de la OMS, el 30 de enero, hasta que el Gobierno de España reaccionó el 9 de marzo, no se habilitaron camas de campaña, ni se compraron mascarillas, respiradores o EPIs para sanitarios y Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Tanto se subestimó la amenaza, y se violaron las exigencias de las autoridades epidemiológicas europeas y mundiales, que el mismísimo fin de semana del 7-8 de marzo se autorizó una asamblea de VOX con asistencia de 15.000 personas, se permitieron partidos de fútbol oficiales con asistencia de cientos de miles y se impulsó ideológicamente la manifestación feminista del 8M a la que asistieron 120.000 en plena Gran Vía de Madrid, con ministras ya infectadas estornudando directamente en la cara de manifestantes. El negligente, prevaricador y criminal Gobierno de España no previno, a pesar de las advertencias globales, las despiadadas y solitarias muertes de miles de españoles, el ahogo respiratorio y extraordinario sufrimiento de enfermos diseminados en pasillos de hospitales y la agonía de contagiados aislados a la fuerza y desasistidos en sus propios domicilios. Este relato es espeluznante, pero no es lo peor que está viviendo España en virtud de lo decretado por el Gobierno. Lo peor, sin lugar a dudas, es el asesinato del sistema productivo y la abrupta detención del imprescindible pulso que mantiene viva a la sociedad, circunstancia por la que este torpe Ejecutivo apuesta para, según manifiesta, aplanar la curva de morbilidad al objeto de no colapsar el sistema sanitario. Y mientras tanto, absolutamente todos los españoles, se crean o no el burdo planteamiento del Gobierno, confinados por ley, privados de derechos fundamentales y amenazados con brutales sanciones económicas y hasta con cárcel. En este párrafo acabo de describir tanto la foto actual como los movimientos hechos hasta ahora.

     

    ¿Se podrían haber hecho otros movimientos que nos hubieran situado en posición más ventajosa a estas alturas de la partida? Por supuesto que sí y ahí va mi propuesta:

     

    1- Desde que la OMS alertó a todos los países del mundo, invertir cientos de miles de millones de euros en cientos de miles de camas hospitalarias adicionales de campaña, equipos respiradores, de intubación y reanimadores, equipos EPIs, equipos desinfectantes e incineradores industriales con los que evitar el histórico tapón que existe en estos momentos para incinerar a las víctimas fallecidas, con el derivado problema sanitario que ello conlleva.

    2- Asumir inicialmente la infección masiva de gran parte de la población, asumir el pico de las consecuentes bajas laborales, planificar atender en condiciones óptimas a ese porcentaje de infectados demandantes de hospitalización (que es el verdadero factor colapsador del sistema) y, finalmente, asumir lo inevitable: el fallecimiento del 3% de los infectados.

    3- No parar en absoluto la vida laboral, empresarial y académica, sin renunciar a la profilaxis básica para que el contagio masivo tuviera una carga viral lo más baja posible. Con esta estrategia, la inercia del sistema productivo del que depende toda la sociedad no se hubiera detenido y, aunque hubieran fallecido cientos de miles de españoles, el resto no habríamos estado abocados a la probable muerte de hambre del conjunto, posibilidad a la que sin duda nos enfrentamos en los próximos meses, además de a la inevitable por el propio virus.
    Entiendo que la elección es terrible, asumir la muerte (desde el punto de vista epidemiológico y en cualquier caso tratando a todos los pacientes con todos los medios que merecen) de cientos de miles para que no muera de hambre la totalidad, pero en ajedrez es absolutamente normal y forma parte de la esencia de esa ciencia, el sacrificio estratégico de ciertas piezas, incluso en ocasiones muy importantes, para conseguir la victoria final, que en nuestro caso y en el del resto de países, es la supervivencia de la humanidad. En cualquier caso, lo que estamos viviendo ni propicia la inmunización natural que conseguiríamos con el planteamiento anteriormente expuesto, ni asegura a medio plazo la sostenibilidad de la cadena de suministros, ni garantiza más allá de varios meses la precaria liquidez pesebrera-comunista que ofrece el gobierno más intervencionista de los últimos 80 años de la historia de España. El Gobierno, ni ha preparado la sanidad para su colapso, ni ha previsto el impacto del parón productivo.

     

    No tengo excesivo miedo a que mi mujer, hijas o yo mismo nos contagiemos, ni siquiera rechazo a ultranza que mis padres, con 90 años, a los que adoro y acojo en casa, puedan concluir su vida por esta pandemia. A lo que realmente tengo terror es que nosotros 8, y el resto de españoles, enfermemos y no podamos ser atendidos, fallezcamos en pasillos ahogados sin poder ser intubados y que, además, muchos millones nos quedemos sin presente ni futuro. Pedro Sánchez optó por una apertura nefasta, no analizó, no planeó, no vio cómo se movía el oponente y ahora se enfrenta a un posible desenlace de partida que nos lleve a todos por delante. Porque con una deuda pública final de, quizás, 2,5 veces el PIB (actualmente tenemos la barbaridad de 1 PIB, derivada de la ruina de ZP y el nefasto intento de superarla de Rajoy), con un déficit público probable del 20% del PIB (el doble del insólito que dejó ZP), con los posibles 8 ó 10 millones de parados, con el tejido empresarial y productivo aniquilado, difícil es no vislumbrar un maldito jaque mate. Haber habilitado tres millones de camas hospitalarias y dotado a quienes nos salvan de material adecuado hubiera salido más barato y no hubiera comprometido seriamente nuestra existencia presente y futura. Si los sanitarios están aplicando triajes de protocolo de desastres y priorizando a quiénes atender y a quiénes no, ¿no vamos nosotros a plantearnos sociológicamente lo mismo por pura responsabilidad y supervivencia?

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