Domingo, 14 Diciembre 2025
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SI LE DIGO LE ENGAÑO. Por Miguel Ángel de León

Una máxima popular que no comparto sentencia –nunca mejor dicho en hablando de leyes- que “es más listo un pobre que cien abogados”. ¡Las ganas del pobre! Aparte de que tendríamos que especificar qué entendemos exactamente por “listo” y qué por “pobre”, lo cierto es que frases de ese estilo o similares son pura demagogia para contentar al pobre. Pero confirma la pésima imagen que los letrados tienen entre los iletrados y los que no lo son.
Otras voces argumentan que los abogados no son corruptos, sino que son los corruptos los que se hacen abogados. Bah, elementales juegos de palabras. Y los mal hablados aseguran que los abogados son como las prostitutas: cobran por adelantado y no se mueven si no les pagas. Chistes fáciles, sobados y manoseadísimos hasta la náusea. Sal gorda. Humor grueso.
Todo son no más que habladurías. Como aquélla otra que afirma que sólo hay tres cosas que se han demostrado que no existen: extraterrestres (a pesar de don Domingo González Arroyo, la mayor amenaza contra José Manuel Soria y su PP en Fuerteventura), vida inteligente en Tele-5 y abogados baratos.
Hay también chascarrillos crueles en forma de anuncio: “Vendo ataúd para abogado. Tiene agujeros en el fondo para que los gusanos salgan a vomitar”. Mal gusto, encima. Humor negro del más barato que se estila.
En suma, frases hechas y lugares comunes. Poco nuevo bajo el sol de los topicazos. Leyendas urbanas (y rurales) contra esa gente noble, abnegada y esencialmente desinteresada que conforma el gremio (tan gremialista y corporativista, eso sí) de la Abogacía. ¡Angelitos! ¡Criaturitas de Dios! Cría (mala) fama y dedícate a descansar…
Confieso que jamás he tenido que recurrir, al Cielo gracias, a los servicios de ningún picapleitos, excepto cuando me ha asignado uno de oficio la propia Justicia (esa quimera o utopía universal en la que no creo), allá cuando a fulanito o a menganito se le ha ocurrido presentarme una querella por un quítame allá una opinión, una frase o un piropo que alguno o alguna ha interpretado mal, queriendo ver mala fe donde sólo había buena intención y batatera candidez. Hay gente que es muy susceptible, como es triste fama.
Hubo una época en la que las coleccionaba (las querellas, digo), aunque con o sin abogada de oficio nunca resulté finalmente condenado hasta el día de la fecha (no les iba a dar encima el gustazo a los querellantes de gastarme un dinero en mi defensa sólo porque ellos se sintieran o sintiesen ofendidos por tres líneas en un artículo de opinión). No he podido comprobar empíricamente, por lo tanto, si es cierta o no la otra leyenda que sentencia -nunca mejor dicho- que para los abogados el cliente tiene la razón hasta que deja de pagar. Pero debe haber algo de cierto en el runrún, pues de siempre se ha sabido que los abogados son malos para la salud… del bolsillo, que se queda en puras telarañas.
En Roma le escuché decir una vez a una lugareña que en Italia es una frase hecha eso de afirmar que la única diferencia que hay entre los abogados y las ratas es que incluso a estas últimas se les puede acabar cogiendo cariño. Están locos estos romanos, siempre exagerando. Todas las generalizaciones son malas y, sobre todo, injustas. Pero a veces los hechos acaban dándole la razón al tópico, y contribuyendo a la mala fama. Y entonces facilitan el chiste: “El abogado hace que dos se peleen por una vaca, poniendo a uno a tirar del rabo y al otro de los cuernos, mientras él la ordeña”.
Con todo y pese a todo, habrá que convenir que algunas de las ocurrencias en torno a los abogados tienen su gracia, como ese bienintencionado y conocidísimo aviso para conocer qué clase de abogado tienes: “Lleva un gato a su despacho. Si el gato sale a escape de allí, el letrado es un perro. Si el gato entra, es una rata”.
En México, que conservan con el idioma español la gracia que hemos perdido los españoles, se acostumbra a decir que “los abogados estudian Derecho para trabajar chueco”. Mira que nos gusta exagerar a todos… Yo me niego a seguir haciéndolo, ni siquiera en presencia de mi abogada.


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