Domingo, 14 Diciembre 2025
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EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce

“Mamá no llevo ningún coche en la mochila porque tú no quieres que llevemos juguetes al colegio, y tampoco de excursión”, me dijo mi hijo mayor con su vocecita de niño buenísimo que no ha roto un plato en su vida. Pero como ya nos vamos conociendo y más sabe el diablo por viejo que por sus artes infernales, consciente de que en su haber debía llevar ya la vajilla al completo hecha pedacitos, fui directa a mirar en la mochila. Efectivamente, allí estaba el coche, arrinconadito en el fondo, entre el sándwich y la botella de agua. Tan pequeñito, pensé, y ya sabe mentir. Afortunadamente, a los cuatro años le falta la picardía y el punto de maldad que, por desgracia, adquirirá con la experiencia y por los puntapiés que a todos nos va dando la vida, y que nos van poniendo en nuestro justo lugar. Buenos sí, tontos no, tampoco va a ser eso. Pero él, tan chiquitito, ya se defiende, a su manera, en el arte en engaño. “Pero bueno, ¿porqué está todo el suelo lleno de agua, se puede saber?”, preguntas cabreada un día cualquiera, después de recoger un par de toneladas de juguetes del suelo y siete u ocho kilos de verduras, frutas y hortalizas varias de los lugares más inverosímiles (no me digan por que mi hijo pequeño ha ideado un juego -podría patentarlo de cara al próximo Día de Reyes -, una especie de bola canaria-escondite-gymkana que a él le resulta divertidísimo. La cosa consiste en tirar todas las papas de la casa contra todos los limones que, previamente han sido desperdigados por el suelo, y las va llevando por todos los rincones del maltrecho hogar hasta que alguien se da cuenta del estropicio y las devuelve a su sitio en la cocina. Algunas verduras nunca han llegado a aparecer y las seguimos buscando). “Mamá, yo no fui”, dice, “Fue Carlos”, apunta mientras señala a su hermano que está tranquilamente jugando con cualquier cosa inocente (que sé yo un cuchillo de cocina que ha logrado sacar de un cajón subiéndose a una banqueta, un destornillador, un martillo o una motosierra) al otro lado de la casa. “No ha podido ser tu hermano porque está muy lejos”. “Sí mami, vino volando con un martillo de poder y tiró el agua al suelo y lo manchó todo, todo”. Todavía no comprende porque siempre le pillo las mentiras. Yo le digo que hago magia. Espero poder mantener el engaño al menos hasta que tenga quince años y vaya a su primer botellón, y al regresar a casa me cuente que le sentó mal la hamburguesa (todos hemos tenido quince años y nos ha sentado mal alguna “hamburguesa” que otra). La primera colará, a la segunda habrá aprendido la lección y ya no habrá manera de pillarle. Entonces, supongo, comenzará la segunda parte de las sesiones de insomnio. Hasta entonces, voy a aprovechar para no colgar la varita mágica y seguir desmontándole los cuentos chinos.


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