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Opinión de Lanzarote según el poeta Antonio Zerolo Herrera

Por Tomás M. Barona

 

 

Antonio Zerolo Herrera nació en Arrecife de Lanzarote en el año 1854. Cuando entraba en la juventud, leyó el famoso libro de Miguel de Cervantes, que le causó una impresión definitiva, y con la inevitable oleada de inspiración, y el decidido ímpetu de la mocedad, se lanzó a escribir un poema laudatorio para el autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue un éxito que lo marcó para la poesía.

 

En sus últimos años, por 1918, 1920, 1923 en que murió, fue – según se ha dicho – un individuo afable y cordial, bien considerado socialmente, director y catedrático de Literatura, en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Laguna, bastante alto, cargado de espaldas, de cabeza pequeña, medio calvo, mirada inteligente desde detrás de los quevedos de pinza, sonrisa compresiva, bigote de cuidadas guías, y una hermosa voz cálida y acariciante cuando declamaba sus versos. Su aspecto físico se correspondía con su estado espiritual. En un soneto que tituló “Donde y como quiero morir”, trazó las líneas de su testamento:


Quiero morir en paz con mi conciencia…
Quiero morir en el Edén de España…

 

Su vida y sus versos estuvieron alentados por un poderoso esfuerzo anímico. Fue un poeta creyente y también un honrado patriota, que valoró el concepto del Amor. Amor a la tierra, a los hombres y al Creador.

Los postulados de PATRIA, FIDES, AMOR, adornaron su vida y sus versos. Nunca olvidó la tierra natal, la isla de Lanzarote, legendaria y caballeresca, apetecida de los piratas (ecolojetas, ecogodojetas, ecojodejetas), de la que dijo:


LANZAROTE


Próxima al África, con la que tiene más semejanza que las demás; con un
suelo pródigo en ricos frutos, que allí, hasta la arena es fecunda; surcada por
torrentes de lava que acusan grandes conflagraciones cósmicas; con montañas
que parecen fraguas de Vulcano, y que se apellidan " del Fuego "; con árboles y plantas que crecen lozanos y pomposos, formando masas de verdura sobre la abrasada superficie, verdaderos oasis que rompen la monótona perspectiva del
desierto; con un mar sin olas y sin espumas, dormido como un lago y transparente
como un cristal; con un ambiente tibio de primavera donde se percibe el
aroma de las flores de todas las zonas y el excitante olor de los mariscos que se
crían abundantes y sabrosos, como en ninguna parte, en sus costas; con la variedad de aspectos y puntos de vista que mantienen viva la curiosidad en el viajero; con los extraños nombres de sus lugares que recuerdan los del continente vecino.
Con la novedad que ofrece y las sorpresas que guarda, Lanzarote será siempre
objeto de predilección, no sólo para sus hijos, sino para todos los que sepan sentir
la poesía de las cosas.

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