Domingo, 14 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce

Dicen que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte. Dicen que las mujeres estamos locas. Dicen muchas cosas que yo siempre he negado tajantemente y sin atender a explicaciones. Pues bien, no sé si somos de Venus y estamos locas, pero desde luego, de vez en cuando, hacemos cosas muy raras. Y una de nuestras mayores locuras son las cosas raras que hacemos por estar guapas (o intentarlo). Estas Navidades me enamoré de unos zapatos, y como además de venir Papá Noel, a mí, cada año, me cae un añito más, se me antojaron unos zapatos preciosos e imposibles (no por el precio, esos imposibles ya ni me los planteo, sino por la altura). Pero me encapriché de ellos y con la idea de escapar por una noche de mi 1’62 y convertirme en mi propio avatar (menos azul, eso sí, que el look pitufo me da que no favorece mucho), me las apañé para que los mencionados zapatos aparecieran entre mis regalos de cumpleaños. Negros, elegantes y altos, muy altos, altísimos.

Caminar con ellos del salón a la cocina me supuso un sacrificio indescriptible, pero, cabezona hasta el final, me negué a descambiarlos por otros más lógicos y, sobre todo, más cómodos. “Son preciosos”, argumenté, y me quedé tan fresca. Llegó la última noche del año y me vestí con tranquilidad (tengo todo el tiempo del mundo porque tengo el valor de pelar las uvas una a una y quitarles incluso, los pipos, así que yo, al contrario que el resto del mundo, no me como las uvas, me las bebo). Me maquillé, me alisé el pelo y cuando no me quedó más remedio, me puse los zapatos. Ya los primeros cinco segundos sobre ellos (y el escaso sentido común que aún me queda en estos casos), me hicieron replantearme la posibilidad de una segunda opción. Pero como no iba a reconocer que la compra había sido errónea, cogí el bolso de fiesta más grande que tengo en el baúl de los recuerdos y embutí, como pude, en su interior, unas bailarinas.

Empecé a bajar las escaleras, muy digna, y en el segundo escalón decidí ponerme las bailarinas y llevar los ‘zancos’ (a estas alturas no tiene sentido seguir disimulando el calibre del taconazo) en la mano. A la altura del recinto al que nos dirigíamos, repetí la operación, guardé los cómodos zapatos planos, y me subí al instrumento de tortura. Si a eso se suma que llevaba un top negro de lentejuelas ‘superbonito’ y tan, tan, tan rebajado que me resultó imposible no comprarlo, y que, por supuesto, por algo estaba tan rebajado, no tenía forro y me produjo un sarpullido por todo el cuerpo impresionante, no tengo mucho más que decir para que imaginen como fue mi primera noche del año. Cuando nos íbamos para casa (en bailarinas, por supuesto) era la mujer más feliz del mundo pensando en el momento en que pudiera poner, por fin, el pijama. A la mañana siguiente, mi madre me dijo que guardara los zapatos y no los sacara más. Y yo, cojeando y con ronchas todavía, le contesté: “déjalos que seguro que pronto hay otra ocasión para ponérmelos”. Loca, no sé, pero venusiana, seguro que sí.


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×