Domingo, 14 Diciembre 2025
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ME LO HA DICHO MI ABOGADO. Por José Ignacio Sanchez Rubio

, abogado y economista (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)

Permítanme Uds. que hoy, en sentido metafórico, cuelgue la toga. Digo metafórico porque, no se hagan ilusiones, seguiré atormentándoles con mis sugerencias jurídicas.
Cuando lean estas líneas ya habré vuelto de Salamanca, donde me encuentro para asistir a un Congreso de Derecho Penal que ya va por la trigésima edición. Por eso, con el permiso de uds., hoy no voy a nombrar ningún aspecto del derecho; hoy voy a hablar de Salamanca.
Esta maravillosa ciudad castellana en la que, cuando Uds. estén leyendo este Lancelot, yo estaré disfrutando de sosiego. Siempre recordaré aquellas palabras que Miguel de Cervantes escribió en El Licenciado Vidrieras: “… Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”.
Salamanca que es la cuna del saber, “el que quiera saber que vaya a Salamanca”, dicen los viejos del lugar y dicho que aun se escucha.
Por algo el saber es uno de los tres elementos que conforman el lema de esta ciudad, bañada por el río Tormes, en uno de cuyos barrios, el de Tejares, situó el anónimo autor de El Lazarillo de Tormes el nacimiento del pícaro lazarillo. (Que me perdonen aquellos que han investigado la paternidad de esta magnífica obra, y que han llegado a diversas conclusiones, pero a mí siempre me enseñaron la orfandad de autor de la obra).
“Arte, saber y toros” , es el lema de Salamanca. Lo del saber a que ya me he referido, le viene de lejos. No en vano, aquí se encuentra una de las más antiguas y prestigiosas Universidades del mundo. En esta Universidad en que me encuentro de nuevo, mientras Uds. leen Lancelot, en la que enseñaron maestros de la talla de Francisco de Vitoria o Miguel de Unamuno, el cántabro que pasó parte de su vida desterrado en la isla majorera. Cuentan que Fray Luis de León, cuya estatua preside el Patio de las Escuelas escudriñando la maravillosa fachada plateresca de la Universidad (tal vez buscando la famosa rana), comenzaba sus clases con una coletilla: “Como decíamos ayer…”
¿Arte?. El visitante de Salamanca lo encontrará a raudales, en sus fachadas labradas en esa preciosa piedra, de color dorado, que se extrae de canteras próximas al rió y que, en las noches relumbra de una forma espectacular bajo la iluminación yodada. Pasear por las noches salmantinas por todo el casco antiguo, resulta un lenitivo para el paseante. A un paso, el visitante puede quedar absorto contemplando las dos catedrales adosadas: la vieja, sobria y románica; la nueva, espectacular muestra del gótico-renacentista y, enfrente, el Palacio de Anaya, precioso ejemplo del neoclásico que, en mi época universitaria alojaba las Facultades de Filosofía y Letras (planta superior) y en la de abajo la de Ciencias. Imagínense, arriba casi todo chicas, abajo la mayor parte chicos. Recuerdo aquella época con nostalgia. Y desde allí, a cinco minutos caminando, la espectacular Plaza Mayor. No puedo extenderme por falta de espacio, pero recomiendo a todos Uds. que intenten darse un saltito; me lo agradecerán. Y si quieren alguna información específica, abajo está mi e-mail.
Y me queda lo de los toros. Además esos fantásticos jamones y charcutería diversa, universalmente apreciados, esta es tierra de toros bravos, de esos toros que los talibanes nacionalistas pretenden convertir en bueyes de establo para borrar también ese rastro de la cultura popular española. A mí, que no soy especialmente aficionado a la fiesta nacional, pero que me encanta el rabo de toro de lidia, sobre todo si está hecho al estilo cordobés, como lo preparan en el Gallo Rojo, me revienta esta obsesión patológica de esos nacionalistas que pretenden acabar con nuestra cultura, solo porque no saben competir de otra manera.
Pero bueno, no quiero encorajinarme, les hablaba de esos magníficos animales que abundan en las dehesas salmantinas, donde existen cerca de cien ganaderías de toros bravos.
Y esto… y aquello… y lo otro…, necesitaría muchas páginas para poder contarles la mitad de mis vivencias, me encantaría que también fueran de ustedes. No quiero despedirme sin hacer referencia a la cocina charra, en la que la base de los platos son la carne, de vacuno y de cerda, las frutas y verduras y las truchas. Y para cerrar este viaje fantástico, cuando Uds. estén leyendo Lancelot, yo estaré con Walter y Klaus, dos chavales hijos de una amiga, a los que les tengo todo el cariño del mundo, y que resultan unos perfectos discípulos por su avidez de conocimientos. Por algo estamos en la ciudad del saber. Yo mañana, cuando les vea, les saludaré parodiando a Fray Luis de León: Chicos, como decíamos ayer…
Esperaré a ver qué dicen, pero me sorprendería si no se mirasen el uno al otro y se dijeran al unísono: Oye, este tío está loco.


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