Domingo, 14 Diciembre 2025
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Soluciones imposibles. Por José Ignacio Rubio

El que calla otorga, reza ese viejo proverbio, que traigo a colación para recriminar su conducta a todos los que se quejan de la situación actual. Está bien claro que, siempre nos lo han vendido así, el Estado es de todos y no es de nadie. Puedo asumir, como una perogrullada, que el Estado existe porque existimos los ciudadanos; también concibo, porque es lo racional, que el Estado en su forma y comportamiento, está sometido a nuestra voluntad, pues no es otra cosa que un invento humano para regular la convivencia.

Pero, digo más arriba que, por otra parte, el Estado no es de nadie en particular. Que se me ocurra, nadie nos ha presentado al Estado como un invento propio o como un sistema creado por él para procurarnos mayor felicidad a cambio de nuestros sacrificios tributarios. Y me refiero a este razonamiento elemental, porque, desde que el mundo es mundo, han existido listillos empeñados, desde el Estado, en sacarnos hasta los hígados con el falaz argumento de que era lo mejor para nosotros.

Cuando más arriba me refería a nuestra conformidad con el Estado que tenemos, lo hacía considerando que, cuando cualquiera de nosotros no está de acuerdo con algo que le rodea y le afecta, lo suyo es rebelarse y no admitirlo. Y esa rebeldía puede ejecutarse con amplio abanico de opciones, que van desde manifestar de forma simple la disconformidad, hasta la utilización de la legitima fuerza personal que nos indica el Artículo 20.4º del Código Penal, que no hace mas que eximir de responsabilidad criminal a aquello que empleen la fuerza en la defensa de los derechos, propios o ajenos, siempre que esos medios violentos de defensa resulten la única medida de defensa disponible.

Y sin que esto quede dicho con ánimo sedicioso, lo que entrañaría para el autor el riesgo se ser imputado como autor de un delito contra el orden público, íntimamente me pregunto de que nos quejamos; si es que nos quejamos.

Estamos convalidando con nuestro aquietamiento las actuaciones del Estado. Y lo primero que hemos de preguntarnos es si este modelo de Estado es el que queremos. Si nos parece bien la corrupción generalizada que existe entre la casta política que, como el Estado no parece ser de nadie, se apropian de sus dineros como si de la apropiación de una cosa perdida se tratara, entonces nuestra conducta pacífica es la apropiada. Si nos parece procedente que día a día aumente sin límite el número de desocupados y el de empresas que echan el cierre, lo mejor que podemos hacer es seguir callados. Y, en definitiva, si consideramos que esta panacea de la democracia que nos endilgan los políticos cada dos por tres, con la que pretenden razonar que si están ahí es porque nosotros los hemos elegido, es el ungüento mágico que nos va a llevar al nirvana, entonces ¿de que podemos quejarnos?

Pero, ¿y si resulta que nuestra quietud no es otra cosa que la manifestación de nuestra cobardía? Mi postura personal es que desde hace ya tiempo no se trata de que quien nos gobierne sea de izquierdas, de derechas o de centro. Ni tan siquiera el que los políticos cobren mas o menos por su, indebidamente llamado, trabajo que yo ni siquiera denominaría cargo, sino carga (para nosotros).

Aquí, amigos míos, de lo que se trata es de que la democracia, que sin duda es el mejor de los sistemas de gobierno, se ha deteriorado y corrompido hasta extremos incalculables, simplemente porque los guardianes de la democracia, que somos ustedes y yo, hemos hecho dejación de nuestras obligaciones de vigilia y hemos abandonado nuestra propia finca que es el estado. Y ya conocen aquel otro refrán: Hacienda, tu amo te atienda y si no que te venda. Y, si no está usted de acuerdo con esa reflexión, quizá pueda convencerme de que, además de otras perversiones de la democracia, el Estado se vale (por obra de los políticos), de aquella otra perversión que supone que, si es usted sólo el que levanta la voz, le acallarán con todo el peso de la Ley. El peso de la Ley que, desde su creación hasta su aplicación, se utiliza desigualmente frente a unos y a otros, dependiendo de contra quien haya de utilizarse.

Y por todo ello, usted sigue callado; y de igual forma actúan sus vecinos, y sus familiares y sus amigos y… Sus enemigos no, sus enemigos por excelencia son los políticos que impiden que usted pueda pronunciarse contra ellos.

Y si no me creen, lean el dialogo entre Jean Baptiste Colbert (ministro del rey de Francia) y el Cardenal Mazarino, acerca del Estado y la gente. Si no lo conocen, búsquenlo en Google, verán como las perversidades no se crean ni se destruyen, solo se transforman; que es lo que Albert Einstein venía a predicar de la energía. Esa energía que nos falta a todos para rebelarnos.

Abogado, economista y sufridor.

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