Domingo, 14 Diciembre 2025
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LA CHINA EN EL ZAPATO. Por José Ignacio Sánchez Rubio, abogado y economista

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Desde que el mundo es mundo, el ser humano siempre ha tenido, como necesidad primordial, la de poner sus huesos al abrigo de las inclemencias del tiempo. Lo primero que se recuerda en materia de habitabilidad son las cuevas naturales y, en su búsqueda por ese confort habitacional, siempre el hombre procuró mejorar las condiciones de aquellos habitáculos, dotándolos de comodidades como el calor y de amenidades como las pinturas murales.

Con el tiempo, y de forma lógica, el concepto de vivienda se fue modernizando y ampliando Además, el ser humano deseó tener, incluso, más de una vivienda, en base a aquel razonamiento tópico de que el ladrillo es lo seguro. Y la vida de muchas familias se vio salpicada con la incursión del clan en el mundo de las inversiones. Y a ello vino a contribuir notablemente ese invento de las hipotecas.

La cosa era sencilla, uno no tenía más que buscar la vivienda que le apetecía y el banco se encargaba de lo demás. Incluso, como la adquisición no era redonda si no se amueblaba adecuadamente, el banco aumentaba el valor de tasación del inmueble, y problema resuelto. Incluso, es posible que el propio banco le sugiriera que ya, metidos en harina, le podían dar más dinero y con el exceso podía usted comprarse un coche, o cambiar el que tenía. La cuestión es que se lo ponían a usted. en bandeja. Y cuando llegaba al banco, o a la notaría, a firmar la correspondiente póliza de préstamo, ante aquel amontonamiento de letras pequeñitas que usted ni veía, ni entendía, su única pregunta era: ¿Dónde hay que firmar? Y firmaba como el que firma en barbecho, que es una manera de querer expresar que se firma a ciegas.

Cuando lo que compraba era una segunda vivienda como inversión, usted ponía una pequeña entrada, luego alquilaba la vivienda, y era el arrendatario quien, en realidad, pagaba la hipoteca. Pero cuando lo que usted compraba era una vivienda para convertirla en su hogar y el de su familia, pasada la ilusión del primer momento, poco a poco, se empezaba a dar cuenta del pozo en que se había metido. Y por si andaba flaco de memoria, allí estaba cada mes, inexorablemente, el recibo de la hipoteca, que a usted mas bien le parecía un alfanje con el que le daban un tajo en sus propias carnes. Y lo que nunca se esperaba llegó. Y el ladrillo dejó de ser lo seguro, para transformarse en un lastre, semejante a esas pesadas bolas que sujetas con una cadena al tobillo del justiciado, nos pintan las viñetas de algunos cómics.

Ahora, asistimos alarmados al efecto indeseable de las hipotecas. Como hay que pagar el recibo, llueva o chucee, y usted se ha quedado sin trabajo y sin dinero, no puede pagar el recibo de la hipoteca. Ahora ya, aquel mismo empleado del banco, que tan alegremente le dio el dinero para comprar el piso, y de paso amueblarlo, ya no le da cuartelillo. Como mucho, quitándose las castañas de encima, le dice que eso ya no depende de él, que eso lo lleva la asesoría jurídica. Y usted se encuentra conociendo en sus carnes, el alcance real de ese maldito vocablo: DESAHUCIO. Y se encuentra con que se queda sin casa.

Usted y su esposa, se tienen que ir a la calle; y con ustedes su hijos pequeños. Ahora ya, no tener para comer ha dejado de preocuparle. No sabe por qué, pero la comida no es ahora un problema.

Y viene el lanzamiento. La comisión judicial se persona en su domicilio y, si opone resistencia, viene la fuerza pública y le sacan por la fuerza. Le sacan a usted, y a su esposa, y a sus hijos pequeños. No lo entiende, ni tampoco lo entiende su esposa, pero ¿y sus hijos pequeños? Resulta tremendo tratar de imaginar lo que puede pasar por la mente de esos niños que se ven obligados a abandonar la vivienda en la que han vivido desde que nacieron.

Los vecinos se arremolinan intentando evitar el inevitable lanzamiento, tal vez también acudan gentes de movimientos antidesahucios y, quizá tenga usted suerte, y la comisión judicial desista hoy… pero volverán pronto. Y usted y su familia se encontrarán sin un lugar donde vivir. No tendrán ni siquiera una cueva donde guarecerse porque, ahora ya, las cuevas están, generalmente, convertidas en lugares turísticos.

Y piensa en el Estado, pero el Estado no piensa en usted.; porque el Estado solo piensa en usted cuando quiere su voto o sus impuestos. Ese Estado que en 1.978 le engañó como a un niño con caramelos, cuando en el Art. 47 de la Constitución, le aseguró que los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo el derecho a disfrutar de una vivienda digna. No, ahora ni siquiera le ofrecen una solución habitacional de 25 metros cuadrados, de aquellas que defendía la ministra de Zparo, Antonia Trujillo.

¿Y para qué me sirve a mí el Estado?, se pregunta mientras mira como sus hijos pequeños se abrazan a su madre llorando. Buena pregunta; y yo le contesto con otra: ¿Merece la pena haber trabajado y vivido para esto?


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