OPINIÓN: Indignado
Me lo ha dicho mi abogado.
Francamente, a estas alturas, no se si lo de estar indignado es un derecho o una obligación. Desde luego, nuestro Código Civil, cuya primigenia redacción fue concluida el 30 de junio de 1.889, por obra y gracia de la Comisión de Codificación que, a la sazón, presidía Don Manuel Alonso Martínez, comienza señalando, en su artículo primero, que el derecho nace de la ley o de la costumbre. Dicho de otra forma: La costumbre hace ley, según reza un conocido proverbio.
¿Y a qué viene esto?, se preguntará mas de uno de los pacientes lectores de este semanario. Pues viene a cuento de que primero está la Ley y luego la costumbre; o lo que es lo mismo, la costumbre solo se aplica y crea derecho en defecto de la Ley, en el caso de que una situación o cuestión no esté ya regulada normativamente.
Pues el caso es que tengo la sensación de que estamos viviendo tiempos de cambio y, de revivir el ínclito Alonso Martínez, en nuestro Código Civil se habría inscrito, por delante de la ley y la costumbre, otra fuente del derecho: La manifestacion de la fuerza. Y da igual que sea la fuerza de la razón o de la sinrazón, el caso es que sea fuerza. Y me explico. Estamos viendo como la ley, que ha de ser aplicada (además de obedecida) por los Poderes Públicos, se orilla cada vez que es conculcada por cualquier colectivo numeroso, bien mirando hacia otro lado, bien justificando la transgresión en que es preferible no causar un mal mayor.
Y por eso, como ciudadano primero y como jurista después, estoy indignado. Y lo digo en voz alta. Eso sí, procurando elegir bien la forma de expresión, porque estando solo en esta denuncia, corro el peligro de ser el chivo expiatorio y ejemplarizante de la aplicación de la Ley, toda vez que no levanto mi voz arropado por unos cuantos conciudadanos mas.
Miren Uds., no hace mucho tiempo, el colectivo de controladores aéreos ejerció su constitucional derecho de huelga, eso sí, de una forma poco ortodoxa. Y los Poderes Públicos, salieron al atajo del desmán, aunque según mi opinión de manera improcedente y excesiva. De esa forma, recurriendo a la militarización del colectivo, frenaron en seco la reivindicación de los controladores.
Recientemente, de forma sospechosamente oportunista, nació el movimiento denominado 15M. Nadie sabe como nació exactamente, pero todos somos conscientes de que más que un movimiento, eso se asemeja a lo que comúnmente denominamos cajón de sastre. Porque en un cajón de sastre, a decir de la sabiduría popular, cabe todo. Pues así, de una manera misteriosa, hace algo más de un mes, se amalgamaron en la Puerta del Sol madrileña, un elevado número de indignados, cada uno de su padre y de su madre, que diría otro.
Hasta aquí nada nuevo estoy apuntando que Uds. no sepan ya. La controvertida cuestión es si los derechos de estos desharrapados indignados, se encuentran en un nivel de protección mas elevado que el del cumplimiento de sus obligaciones, o del derecho de los demás. Y aquí tengo que aclarar que si los llamo desharrapados, no lo hago con intención injuriosa sino, atendiendo a la definición que del substantivo-adjetivo hace el diccionario de la RAE, en atención al lamentable estado en que han mantenido ese precioso espacio (supuestamente de todos), que es la Puerta del Sol.
Porque, dada la proximidad a la fecha de celebración de las pasadas elecciones, y la virulencia con que se propagaron por toda España las pretendidas reivindicaciones del 15M, la Junta Electoral Central, declaró aquellas manifestaciones contrarias a derecho. Fue llamativo, y pudimos contemplarlo todos en directo a través de la televisión, como después de un alarde de fuerza en la reiterada Puerta del Sol, por parte de los antidisturbios, suponemos que atendiendo órdenes del Ministro del Interior, la fuerza publica se inhibió, según declaraciones de Rubalcaba, por no originar otro conflicto peor. Es decir, que cuando la aplicación de la Ley pueda generar un conflicto, simplemente se mira hacia otro lado y se deja que el problema se resuelva solo.
Y, amables lectores, esto es la costumbre que hace Ley. Si Ud. pretende transgredirla, no se le ocurra hacerlo solo. Búsquese un puñado de correligionarios, a ser posible de mugrientos y harapientos, porque es la única forma que le va a quedar de alcanzar su reivindicación.
Y esta receta también le sirve, si Ud. pretende defenderse del ataque de cualquier instancia del Estado. Porque si opta Ud. por una defensa en la forma que prescriben cualquiera de las Leyes rituarias, lo mas seguro es que para cuando le den la razón, el perjuicio causado ya haya devenido de imposible reparación.
Eso si, yo estoy contento con los avances en materia de derechos humanos porque, en el mal llamado Reino de España, todo el mundo respeta mi sagrado derecho al pataleo. En otras palabras, el del ajo y agua.
José Ignacio Sanchez Rubio
Abogado y economista