OPINIÓN. La austeridad desesperada es más miseria y conflictos sociales
DESDE MI ISLA ATLÁNTICA. Por Antonio Coll
Yo puedo entender políticas de austeridad y recortes racionales, porque las administraciones públicas malgastaron miles de millones de euros en proyectos inútiles y sirva de ejemplos infraestructuras aeroportuarias inservibles, vías de ferrocarriles por doquier para llevar a cuatro pasajeros, el Plan E de Zapatero para obras menores de las corporaciones municipales, miles de empresas públicas para enchufados, etc. Pero si las políticas económicas de Bruselas y la propia Alemania, que ya hay indicios de recesión, es seguir recortando desesperadamente, aunque se viva en una coyuntura difícil, sin alentar la economía real, sin lugar a dudas, ese modelo se alejará de la recuperación y sólo traerá más miseria y, por contrapartida, conflictos sociales que pueden ser altamente peligroso para la sociedad. Así lo corrobora el influente diario ‘The New York Times’ en una editorial donde se muestra muy crítico con las directrices de Alemania con respecto a la eurozona y advierte a Mariano Rajoy que si sigue con los recortes, llevará a España a la ruina.
En la V Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas, celebrada en el Senado español con el presidente del Gobierno del Reino de España, el presidente canario, Paulino Rivero, ha declarado que el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha accedido a iniciar un proceso de revisión del sistema de financiación a las islas, pero el compromiso del Estado no establece ningún plazo, por lo que todo queda en el aire y a expensas del Gobierno español, que ya sabemos cómo se las ‘gasta’ con respecto a las Islas Canarias, últimas colonias de ultramar.
Mi desconfianza no es gratuita. Tiene su fundamento en muchos aspectos, que por activa y pasiva he venido exponiendo en esta misma sección de opinión. Mi distanciamiento con las políticas españolas es cada vez más intenso y no veo salida, porque el modelo de financiación autonómica, si no se revisa y se aplica uno nuevo para evitar las grandes desigualdades existentes, todo seguirá igual, con la singularidad de que España nos llevará a la ruina. Ya dijo en su día el economista austriaco Ludwig Von Mises que “el Estado nunca lleva a un país a la riqueza, pero sí lo puede dirigir directamente a la ruina”.
En este sentido, el presidente de Asuntos Laborales de CEIM-CEO, Francisco Aranda, expone en ‘ABC’ que el llamado Estado de Bienestar nos está conduciendo inevitablemente al desastre económico y propone, muy inteligentemente, una Sociedad del Bienestar, como ya está sucediendo en Suecia, que “en vez de estar llorando sobre el fracaso de sus políticas sociales, ha llegado a la conclusión de construir un nuevo modelo en el cual la solución fue eliminar la preminencia del Estado en la prestación directa de los servicios”. Ello está dando resultados muy positivos y el desempleo es casi inexistente. Pero para ello, naturalmente, hace falta potenciar a las empresas y a la propia sociedad civil.
Canarias y Lanzarote tienen una gran oportunidad de ser una zona rica y de gran bienestar para sus residentes, si consiguieran una descentralización casi absoluta, sin tocar para nada la Monarquía y el propio Ejército. Pero para ello, con un autogobierno potente y unos cabildos con más competencias entre islas, sería suficiente para construir un país donde empresas y sociedad civil tengan el protagonismo prioritario para avanzar y conformar lo anteriormente citado: una Sociedad del Bienestar. La situación geoestratégica, bancos pequeros, agricultura ecológica, energías renovables, grandes puertos y aeropuertos, turismo y comercio de Canarias, su clima y peculiaridades son potenciales para un crecimiento económico saludable y sin los vaivenes continuos que recibe y, sobre todo, la dependencia brutal impuesta desde la metrópolis.
El ejemplo del petróleo es clarificador. La prepotencia del Estado, rompiendo cualquier diálogo con las autoridades canarias para llegar a un acuerdo ante la posibilidad de que existan grandes bolsas de hidrocarburos frente a las costas de Fuerteventura y Lanzarote, sólo conduce a enfrentamientos innecesarios, en vez de enriquecer la comunicación y la participación en la posible ‘tarta’ económica. Pero los gobiernos españoles han demostrado ser torpes y poco pragmáticos a lo largo de la historia reciente. A lo mejor piensan continuamente que todavía está con nosotros Felipe II, quien administró un inmenso imperio.
Y advierto que aquí no trato de abrir, al menos por ahora, el debate soberanista, como otras comunidades, porque la situación de Canarias es completamente distinta, y no me refiero sólo a las balanzas comerciales, fiscales y el sistema de financiación. En este análisis, no me puedo olvidar del factor cultural, esencial para que el pueblo canario y sus residentes puedan decidir libre y democráticamente sobre su futuro. Aún nos queda un largo camino hasta que la sociedad civil canaria despierte y pueda comprender que sin su participación, no se podrá contrarrestar la dependencia e influencia exterior. Y sobre todo, la manipuladora política del ‘miedo’.