Domingo, 14 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

LA CHINA EN EL ZAPATO. Por José Ignacio Sánchez Rubio

Desde tiempo inmemorial, el ser humano ha buscado en la propiedad de las cosas un refugio a las inclemencias y seguridad de su vida futura. Esta propiedad, conjuntamente con la posesión de esas mismas cosas, ha sido, de siempre, la forma de combatir ese miedo cerval a la vejez y al porvenir de nuestros descendientes. De esta forma, el ser humano de cualquier condición o naturaleza ha tenido un incentivo adicional al de buscarse su sustento de cada día.

Y hemos de entender que todo lo que ganamos con nuestro trabajo, o lo consumimos inmediatamente o solamente en parte, destinando el resto al ahorro como forma de prevención del futuro. Este complejo razonamiento, que bien pudiera deberse al ingenio de Perogrullo, no debe ocultarnos otras formas que puede haber para obtener ganancias susceptibles de posterior ahorro. Además del trabajo, las propias ganancias ahorradas, convenientemente utilizadas, pueden producirnos nuevas rentas.

Pero, básicamente, la génesis de los beneficios se encuentra en el rendimiento del esfuerzo diario de cada uno. Sólo que la mente humana, en continuo desarrollo de la inteligencia, se ha machacado continuamente buscando la manera de conseguir el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo. Hasta aquí nada que objetar porque la optimización de todo proceso sólo puede considerarse como una bondad, siempre que tal proceso no pertenezca a la categoría de lo ilícito.

Y así, comenzó el ser humano a tratar de conseguir la acaparación de bienes, pues la incertidumbre futura pertenece al razonamiento involuntario de cada Quisque y, en eso, cada uno tiene distinta forma de pensar que los demás. Probablemente por ello, el ser humano pensó en la opción de que fueran los demás los que se esforzaran para conseguir bienes para arrebatárselos por la fuerza o por la astucia, antes de que los consumieran.

Pero siempre, al final, se plantea la eterna disyuntiva. Una vez conseguida la ganancia, como premio del esfuerzo, del engaño o de la coacción, ¿a quién pertenece lo que no se gasta? Aquí, las posiciones filosóficas o morales han estado tradicionalmente divididas entre dos opciones generales: la del reconocimiento de la propiedad de las cosas para el que las ha adquirido lícitamente o la de que todo lo que no se ha consumido pertenece a la colectividad. Al César lo que es del César…, predicaba Jesucristo, mientras que Carlos Marx afirmaba que la teoría del comunismo se puede reducir a una oración: abolir toda propiedad privada.

Y así, como en la conocida fábula de la cigarra y la hormiga, la humanidad sigue dividida entre ahorrar o que ahorren otros para que, al final, su esfuerzo beneficie a haraganes y bandidos de pelaje diverso.

Y nosotros, ¿en que situación estamos? Y la pregunta no tiene fácil respuesta. Porque aunque nuestra Carta Magna reconoce el derecho a la propiedad privada en su artículo 33, no es menos cierto que tal derecho no tiene la calificación de derecho fundamental, al igual que tampoco lo tienen el derecho al trabajo ni a una vivienda digna, por lo que de facto se reducen a una declaración de intenciones.

Y si apunto todo esto es porque, a pesar de las prevenciones civiles y penales en la protección de los derechos que tiene toda persona sobre su patrimonio adquirido lícitamente, es el propio Estado quien se salta ladinamente a la torera estos derechos, buscando en la medida de lo posible apropiarse “legalmente”, de los bienes ajenos invocando siempre, eso sí, que tales acciones se hacen con arreglo a la Ley, que no es sino un instrumento creado ad hoc para tal finalidad.

De esta forma, si usted ahorra, le quitan parte de lo ahorrado poniéndole un impuesto sobre el patrimonio, por el hecho de adquirir una propiedad, le hacen pagar un impuesto sobre transmisiones patrimoniales, si a usted le regalan algo tiene que pagar un impuesto sobre donaciones que, en su modalidad de sucesiones, se aplica si el regalo se lo hace un fallecido y, para redondear el esquema y sin que lo dicho constituya la totalidad de las formas de hincarle el diente a lo que usted no gaste, las recaudaciones de los distintos órganos administrativos tienen patente de corso para rascar en sus cuentas bancarias o embargar sus bienes que, como digo, no son otra cosa que lo que usted ha conseguido ganar con su esfuerzo y ahorrar con su sacrificio.

Tal vez sea por eso que Mark Twain decía que “ni la vida, ni la libertad, ni la propiedad de ningún hombre está a salvo cuando el legislativo está reunido”.

Servidor de ustedes.


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×