Domingo, 14 Diciembre 2025
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Por José Juan Romero

La primera década del siglo veintiuno va camino del desguace. Allá donde quede, en un depósito de años perdidos en Zonzamas, sólo deja algunas piezas recuperables. Una de ellas, sin duda, lo que se ha dado en llamar “el momento de mayor esplendor democrático en Lanzarote”: 2002, Foro Lanzarote, la manifestación del 27-S y la sensación de poder ciudadano. Otra reliquia ha sido la acción de la Justicia, las operaciones Unión y Jable. Independientemente de sus resultados, provocó euforia en la calle el inesperado despliegue de medios en favor de la democracia y del desarrollo. Tampoco hay que olvidar la construcción de algunas infraestructuras positivas como paseos peatonales, aceras y la piscina de Arrecife.

Por lo demás, se pudrirá en el vertedero la basura resultante de combinar avaricia, egoísmo, odio inútil, tiempo desaprovechado y dinero malgastado, que han estancado a Lanzarote, ya que no se han culminado las tareas que se tenían que resolver en este tiempo: Zonzamas, ordenación territorial, hoteles ilegales, Inalsa, Centros Turísticos, Plan de Arrecife, puerto y aeropuerto, renovación de planta extrahotelera, infraestructura cultural, rehabilitación del patrimonio…Así no extraña contar con la tasa de paro más alta, la cesta de la compra más cara, el mayor pesimismo ciudadano y la indefinición del modelo económico de isla: un destino de turismo familiar que no crea atracciones infantiles, un destino de turismo deportivo que no construye carriles de bicicleta, una isla ecológica que no evoluciona con las energías limpias…

Pero, a pesar de todas las oportunidades perdidas, del retroceso con respecto a sus competidores y de su hundimiento en el ranking de inteligencia colectiva, Lanzarote, sorprendentemente, mantiene aliento para remontar, ya sea por las rentas labradas en los 60 y 70 con Manrique al frente, como por su proverbial suerte, su cartera de ilustres amigos y residentes (Saramago, Almodóvar…), y la leyenda que eso conlleva. El esfuerzo que Lanzarote ha de desarrollar en la próxima década, para exprimir su potencial y dar lo mejor de sí, se perfila como el más complicado de la historia, pues ha de realizar en diez años los deberes de dos décadas. Ya no vale fiarse de la renta y de la suerte, porque no habrá boom económico que amortigüe la ineficacia de las instituciones, el despilfarro y la pasividad social.

Hace veinte años, en 1991, Lanzarote atravesaba otro periodo de crisis y 2010 se observaba como un año meta, como el futuro, en el que tenían que alcanzarse una serie de objetivos. Mientras, las generaciones del `baby boom´ de los 70 se formaban en masa en el exterior para el demandado “desembarco de gente con dos dedos de frente” que, en 2002, reivindicaba un intelectual insular. Durante esta década perdida, esas generaciones han luchado principalmente para cimentar su futuro profesional. Su participación pública ha sido escasa, complicada y, también, frustrante para muchos que se aventuraron. Toparon con déficit democrático en los partidos y con la generación “tapón” post-Transición. Faltó inteligencia y generosidad para combinar experiencia con fuerza innovadora.

La isla se quedó sin la savia que debía regenerar un sistema, que en los noventa ya olía a rancio, y que pudo facilitar la aproximación a los objetivos 2010. La década decisiva para Lanzarote comienza con unos comicios locales. Acercarnos a los objetivos 2020 depende de la preparación y de los valores democráticos de la juventud que vaya en esas listas, del papel que adquieran para liderar los partidos a partir de los próximos congresos y del grado de participación en la articulación del tejido social, en la renovación y creación de asociaciones que compartan los grandes objetivos de la isla. Hay previsiones para esta nueva década que obligan a ello: el mundo será cada vez más complejo y con cambios más rápidos, estimándose que la mitad de las compañías que existirán en el año 2020 son negocios que todavía no han nacido. Es cosa de todos, de todas las personas buenas que habitan esta isla. Como recordaba el filósofo Fernando Savater en un artículo reciente: “para que los malvados cometan las peores atrocidades basta con una sola y simple cosa, que las buenas personas no hagan nada”.


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