OPINIÓN. Los pagarés de Nueva Rumasa
ME LO HA DICHO MI ABOGADO. Por José Ignacio Sanchez Rubio
, abogado y economista (
Le encantaba a don Enrique Fuentes Quintana, ilustre economista y ministro de economía con Adolfo Suárez, que además fue Catedrático de Hacienda Publica en la Facultad de Económicas de la Complutense de Madrid, contar en clase aquella anécdota que refería Samuelson en su impagable manual de economía.
“A un famoso agente de bolsa de Wall Street, le señalaban con cierta envidia lo bien que le iba en los negocios. ¿Por qué me decís eso?, preguntaba él. Porque nos hemos enterado que te has comprado un caballo, que te ha costado cien millones de dólares. El agente de bolsa, sin titubear, respondió: Bueno es que lo he pagado dando a cambio dos gatos que tenía valorados en quinientos millones de dólares cada uno”.
Traigo esto a colación porque el desmadre financiero que vivimos actualmente, me ha recordado lo fácilmente que olvidamos la realidad de las cosas, y como nos encanta sumirnos en ese mundo de apariencias en el que esas cosas se valoran a conveniencia.
Y supongo que esto hay que traerlo a colación, en la renovación de aquel viejo tipo de la picaresca española que se denominaba popularmente el timo de la estampita que, desde Sofico hasta ahora, han presentado en sociedad innumerables empresas. Me refiero a la transformación de aquel simpático engaño en el que un pobre tonto, con la colaboración de un piadoso transeúnte, le sacaba los cuartos a un “espabilado”, generalmente de pueblo, cambiándole un sobre aparentemente lleno de billetes, por unas pocas perras.
Renovarse o morir, solemos decir. Y de esta forma, el timo de la estampita se transformó en la estafa piramidal, cuyo penúltimo exponente lo hemos vivido en Afinsa, esa empresa de inversiones filatélicas, que fabricaba sueños para los ahorradores ofreciéndoles duros a tres pesetas, y que iba cumpliendo con sus compromisos, mientras aparecían nuevos “espabilados”, que querían aprovecharse de la ganga, y cuyos caudales servían para pagar a los que estaban más arriba en la pirámide.
Ahora, hace unos años, apareció la reencarnación de Rumasa; la Nueva Rumasa, cuyo logotipo sigue siendo la laboriosa abeja en su panal. Y aquí enlazo con aquella conocida fábula de Samaniego, cuya lectura recomiendo a algunos de mis clientes, que comienza con: “A un panal de rica miel, dos mil moscas acudieron, y por golosas murieron, presas de patas en él”.
En la Nueva Rumasa no se les ocurrió nada nuevo, que no viniera de la anterior edición de la compañía y de la nueva edición del timo de la estampita, corregido y aumentado, como suele predicarse de las ediciones de un diccionario.
Hay que buscar personas con dinero que, en estos momentos de baja rentabilidad bancaria, estén dispuestos a confiarnos sus caudales, a cambio de la miel de un jugoso 8, o 10, o 12 por ciento de interés (y si hay que dar más, se da). Además hay que motivar la propuesta. Se trata de comprar empresas acreditadas o de abrir nuevos centros de producción (Dhul, Cacaolat, Clesa, El Caserío, Rayo Vallecano ….) con lo que, comprometidos con el empleo como estamos, contribuiremos a generar riqueza para los españoles.
Es decir, tenemos el gancho, las acreditadas empresas que respaldan la operación, y tenemos al tontito que necesita el dinero que dice que lo va utilizar para crear empleo (¿no les suena esta música en algún partido político?), porque en caso contrario se perdería el gran negocio. Ahora solo falta la víctima que pretenda, sin esfuerzo alguno, conseguir un sustancioso beneficio para sus ahorros. Y el medio moderno de que se vale la psicología empresarial es la publicidad. Pero no unos anuncios normalitos, porque ahora ya el buen paño no se vende en el arca, sino una autentica explosión publicitaria, como si de fuegos artificiales se tratara, al fin y al cabo la van a pagar los propios inversores, siempre que las agencias no acepten pagarés, claro.
Y pasó lo que tenía que pasar, y que no se lo relato porque es de dominio público. ¿Y ahora qué?, me preguntan.
La primera astuta medida de Nueva Rumasa, ha sido la de acogerse al Art. 5.3 de la Ley Concursal, con lo que impiden que, durante cuatro meses los acreedores puedan instar el concurso necesario pero que, de hecho, resulta la antesala de la suspensión de pagos o de la quiebra.
¿Y qué puedo hacer yo?, me preguntará el desafortunado lector que se haya visto atrapado en el panal de rica miel. Sé que mi contestación les parecerá estúpida, pero su única solución es poner el asunto en manos de un abogado. Y si es especialista en derecho mercantil, mejor.
Tampoco es descartable que acuda a un abogado criminalista, porque tal y como yo lo veo, aquí no hablamos de una incidencia mercantil, sino de una trama perfectamente organizada para sacarle el dinero a Ud. y a otros ingenuos ciudadanos. Una estafa, vamos.
Y el próximo día, hablaremos de como los bancos nos sacan los cuartos.