Domingo, 14 Diciembre 2025
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EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce

Lo prometido es deuda, y yo le prometí a los niños que si conseguíamos llegar a la final, cosa que la semana anterior parecía una quimera dado el baño que le dieron los alemanes a los argentinos, nos pintaríamos las caras e iríamos con nuestras banderitas a ver la final al Reducto, para disfrutar del partido imbuidos en todo el follón playero. El miércoles por la noche, cuando los rubios y hercúleos teutones se miraban pasmados entre sí porque no acababan de creerse que los habíamos sacado del Mundial, mi hijo mayor, que no se entera de nada pero se pasa el partido gritando gol y “Villa, Villa, Maravilla”, me recordó antes de quedarse dormido mi promesa. A él en realidad lo que le gusta no es el partido sino ver a todo el mundo agitando las banderitas compradas en ‘los chinos’ (que las han ido subiendo de precio, según ha ido avanzando el campeonato) y a otro montón de niños desconcertados e hiperactivos, probablemente por un exceso de azúcar en sangre, pegando brincos y gritando sin sentido ante la escasa atención de sus progenitores metidos en la emoción del partido. Quiere bailar el ‘waka, waka’, y sobre todo subirse a los hombros de su pobre padre que, descoyuntado, intentará disfrutar como pueda de los goles que nos regalen nuestros jugadores, que espero que sean muchos porque otra oportunidad como ésta no sé cuándo la pillaremos.
En cualquier caso, ver un partido en mi casa no es apto para verdaderos amantes del deporte rey, ni dicho sea de paso para cardíacos. Mi hijo mayor salta por encima de los sillones y se tira sobre los espectadores menos atentos a su existencia y más metidos en el partido; el pequeño llora desconsoladamente y berrea cada vez que alguien dice ‘uy’, ‘ay’ o ‘gol’ (y claro acto seguido hay que darle algo de comer o de beber porque él se tranquiliza tragando). Como metan un gol mientras preparas el biberón o el agua, pues ya te vas acordando de la madre del niño, que soy yo; mi madre, que está aquí pasando unas semanas, chilla cada vez que la pelota se acerca a alguien de rojo, a veces chilla incluso cuando se acerca el contrario, entonces el niño llora y hay que ir a la cocina a prepararle el ágape; mi padre y el padre de las criaturas, los dos únicos futboleros de la escena descrita, miran a la pantalla con una radio cada uno pegada al oído, para ver si así se enteran de algo, y yo me paso el tiempo que no estoy en cocina preparando cosas para Carlos o riñendo a Ale por subirse a los sillones, dando vueltas por la casa porque me pongo histérica y porque, la verdad, soy mala deportista: quiero ganar y si para ello hay que jugar mal, me da lo mismo. Sé que no es muy diplomático, pero prefiero eso a jugar divinamente y ver cómo quedamos derrotados en el terreno del juego. El pasado miércoles jugamos como nunca y ganamos como los campeones que somos. A ver si hay suerte y el milagro se repite el domingo, vía Puyol, Villa, Torres o quién sea. Yo gritaré los goles desde El Reducto, sino llueve. ¡Mucha suerte a La Roja!


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