Domingo, 14 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

EL FORO DE LOS BALBOS.

Por Mar Arias Couce

“Mamá cuando yo sea pequeño como mi hermanito, voy a crecer mucho más rápido que él”. Con esta sentencia carente por completo de coherencia temporal, nos dejaba a todos callados mi hijo mayor una tarde noche cualquiera de la pasada semana. “No cariño, tú eres mayor que tú hermano, por tanto no puedes ser más pequeño que él más adelante y ya has crecido antes que él puesto que naciste antes”, intentaba yo remediar el absurdo comentario, dándole algo de sentido, inútil por otra parte, dado el aforo al que me dirigía. “Que no mami, que cuando yo sea pequeño, el será grandote, pero yo creceré y seré más fuerte y alto que él”. A estas alturas del diálogo, mi ojo hacía ya más guiños que el Millán, el de Martes y 13, en un especial de Nochevieja. A todo esto, el pequeño contribuía a la charla a su manera: pegando mamporros a todo lo que se le ponía delante y muriéndose de risa, acto seguido. No sé si es el cansancio, que me hacen mucha falta las vacaciones, o que tipo de síndrome raro tengo, pero todo el día estoy pensando en dormir y descansar y, ante estas observaciones de franca filosofía infantil, me entra aún más sueño. Puede que influya bastante el hecho de que el pequeño haya decidido, apenas con un año de vida, que la noche es joven y que no se debe malgastar en una cuna (en la que, por cierto, ya no cabe), aferrado al vicio del chupete. Es mucho más divertido, dónde va a parar, despertar a tus padres cada veinte minutos de reloj, muerto de risa, y compartir con ellos un rato de buen humor nocturno. Y así lo hace. Cuando no tiene calor, tiene frío, cuando no tiene hambre tiene sed, cuando no se “caga”, con perdón, es porque está estreñido y cuando no tiene nada, pues llora por el simple afán de molestar y ya está. La cosa es no dormir y que nadie duerma. Ante estos saraos improvisados, el otro se apunta arduo a la fiesta y se suma a los saltos en la cama, los combates de boxeo con la almohada o las palizas sin límite a unos progenitores que, en sus horas más bajas, apenas alcanzan a defenderse. Luego cuando se hace de día y nosotros nos preparamos para comenzar la jornada laboral, ellos, ante la mampara infranqueable que suponen sus abuelos, aprovechan para echar unas cabezaditas y coger fuerzas para la noche siguiente (vamos, ¡ni yo a los 17 tenía tanta marcha!). El resto del día nos arrastramos como podemos y vamos viendo como se deslizan las horas en el reloj hasta que llega de nuevo la noche. Y vuelven las conversaciones sin sentido ninguno. “Mamá cuando sea pequeño…”. “Ni de broma. Come y crece rápido que a este ritmo no vamos a llegar ni a pagaros la carrera”. Y los dos comen, no sé si con voluntad de obedecer o para coger fuerzas para la noche. Me temo lo peor.


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×