OPINIÓN. Palabras de más, palabras de menos
EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce
“Hablas mucho mamá”, me soltó el enano el otro día en plena riña motivada por su manía de levantarse de la mesa mientras desayuna. “¿Cómo?”, obviamente no es que me sorprendiera su observación que era de una certeza absoluta, si no que un enano de cuatro años tuviera la desfachatez de soltármelo en mi cara mientras le estaba reprendiendo. “Que hablas mucho, mami”. “Que no me contestes, no seas maleducado”, dije yo, utilizando una de las frases que más me tocó escuchar a su vez en mi niñez. “No soy maleducado es que me has preguntado cómo”, insistió. A esas alturas ya me daban más ganas de reírme que de otra cosa, pero, claro, ante todo había que mantener la compostura. “Como no te acabes el desayuno antes de que me levante de la silla no ves la televisión en una semana”… “Jo”… “Ni jo, ni ja, no te quiero oír ni una palabra más”. Al fin silencio, lo de mencionar los dibujos animados nunca falla. En cualquier caso ya me quedé yo un pelín mosca por el hecho de que mi hijo que, supuestamente, aún no se entera de nada, ya se hubiera percatado de todo lo que hablo, que vale, es bastante, pero tampoco para llamar la atención, digo yo. Decidí hacer una prueba y durante una jornada hablar lo menos posible para ver si la gente se daba cuenta o lo de parlotear en exceso era una falacia. Lamentablemente tengo que reconocer que no estoy hecha para el ascetismo y la prueba resultó algo fallida desde el principio. “¿Te pasa algo que estás muy callada?”, me preguntó mi pareja a los dos minutos y medio de poner en marcha mi plan. “¿Qué me va a pasar? Nada, no tengo nada que decir”. “¡Qué raro!”. “¿Por qué va a ser raro?”, ya mosqueada. “Oye conmigo no te enfades, es que tú nunca te callas”. Ahí se desató la perorata en relación a por qué todo el mundo dice que hablo mucho si yo no hablo, etcétera, etcétera. Curiosamente mi marido se quedó mucho más tranquilo viéndome en mi hábitat natural parlanchinesco y con una sonrisa en la boca no volvió a esbozar palabra. Menos mal que no elegí la opción de la Clausura porque lo hubiera pasado francamente mal. Lo peor no es saberlo y ser consciente de que la gente también lo sabe. Lo peor es que mi hijo mayor ha heredado los mismos ataques de locuacidad y el pequeño, aunque aún no ha empezado a hablar, apunta idénticas maneras. Bueno, en realidad, peor para el padre de las criaturas, yo por lo menos tendré buenos contrincantes-contertulios dentro de unos añitos. Eso sí, de la mesa del desayuno, no se mueve nadie… si no me quieren oír.