OPINIÓN. Papas arrugadas en Washington
SI LE DIGO LE ENGAÑO. Por Miguel Ángel de León
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[Sobre los posibles, probables o presumibles pactos políticos entre los p-actores profesionales, ni caso. Pasando. Con su pan se lo coman tirios y troyanos, todos pendientes sólo de su propio interés personal o partidista. Los abstencionistas les agradecemos que trabajen tanto y tan bien por nuestra causa. Por cierto, ¿han contemplado la otra posibilidad de que el gran derrotado electoral, Carlos Espino, encuentre trabajo sin la necesidad de que dimita como parlamentario Manuel Fajardo Palarea? ¿Recuerdan que durante el pacto CC-PP se nombró a Loly Luzardo senadora por la Comunidad Autónoma de Canarias?]
Pasó el Día de Canarias con más pena que gloria, por mucho y por más que se empeñen en decir lo contrario los que Cristóbal Rodríguez llama “patriotas del sancocho” (“Pasan los años y la conmemoración del Día de Canarias no acaba de cuajar, no termina de arraigar en el sentir de la mayoría de los habitantes de las islas”). Rutina indiferente, como cantaba la tal Paloma San Basilio hablando de la otra paloma infiel.
Este año, en vísperas de la efeméride pegajosa e impostada se nos fue una mujer poco amiga del ombliguismo folclórico, María Rosa Alonso, de la que ya les había hablado en esta misma tribuna en mil y una ocasiones anteriores y que estimó sus 101 años lúcidos un capicúa hermoso para decir adiós. Pocas plumas escribieron tanto y tan bien sobre Canarias, incluso cuando tuvo que abandonar las islas por razones casi siempre ajenas a su voluntad.
Desde que se inventó el cuento de la Autonomía, llevamos ya unos cuatro lustros celebrando (es un decir) cada 30 de mayo el denominado Día de Canarias. Pero con Autonomía y todo, los políticos que sufrimos por aquí abajo no han dejado de seguir haciendo lo que más les gusta: liarnos y entramparnos a todos con mil y un claros ejemplos del constante desvelo de los políticos por el bien de sus administrados (Caso ICFEM, Tindaya, Aeromédica, Unión, Jable y lo que no está en los escritos ni en los sumarios). “Ya no me quieras tanto”, como cantaban a su vez Los Panchos.
El mejor Día de Canarias lo pasé en Washington D.C., años atrás, sin una papa arrugada que llevarme a la boca ni ningún discurso político repitiendo simplonadas del tipo de “poner en valor” y demás solemnidades protocolarias, el folclore del cachorro, el traje típico y los lugares comunes del “vergel de belleza sin par” y tralarí-tralará. Esa, ciertamente, es una visión falsificada de la realidad. Una impostura política, folclórica y bananera, a pesar de la crisis del plátano. El orgasmo onanista del necionalista, con perdón por la rima.
De aquel lema aparentemente esperanzador del “Canarias es posible” de los primeros meses autonómicos, recién estrenado el Estatuto, se ha pasado a una sensación de desesperanza y desasosiego, casi a un estado de frustración colectiva que ha penduleado de isla en isla.
En 2011, con 300.000 parados, estamos en suma como para muchas fiestas regionales por aquí abajo, en donde casi nadie cree en la región; como mucho, en su isla. Y en ocasiones ni eso, como es triste fama.