OPINIÓN. Pequeñas trastadas
[ El Foro de los Balbos. Por Mar Arias Couce ]
Este año tampoco he podido saltar las hogueras, pero al menos no estoy de parto (ya con dos nacidos el mismo día creo que es suficiente). Me queda pena porque lo de quemar las cosas malas y renovarse siempre me ha gustado (este año la pira iba a ser gigantesca). El asadero y la fiesta me gustan aún más, pero no se puede tener todo y yo tengo a dos muñequitos que se acostaron esa noche reventados por toda la emoción de abrir regalos y cantarle a todo el mundo su propia versión del “cumpleaños feliz”, que no sé como ni porqué (no me pregunten) incluye a un gorila. Ya, ya sé que no pinta nada en la felicitación pero qué quieren, el gorila sale en casi todas las estrofas, y yo no me voy a poner a discutir a estas alturas por tan poca cosa. La imaginación infantil no tiene comparación con nada y los mayores a veces nos pasamos de listos, echando mano de ella. El otro día para que se comiera un puré de papas (no le gustan las papas, ni fritas, ni sancochadas, ni de ninguna de las maneras, cosa inaudita en un niño) le dije que era un puré de papas ‘mágico’. Al rato, cuando ya se había comido el pollo y todo lo demás, y seguía dándole vueltas con el tenedor al puré, me suelta: “Mira mamá, si fuera puré de papas, bueno, pero el ‘mágico’ éste… no me gusta nada, mejor se lo das a Carlos (le faltó añadir que se lo come todo, que además es cierto). Así están uno y otro, que el pequeño tiene casi el mismo tamaño que su hermano y sólo tres kilos menos. Eso sí, a trasto, no lo gana nadie. Hace tan sólo un par de días llegó a casa con la ropa empapada. “Me mojó un niño mayor, mamá”, me aseguró con la cara de no haber roto un plato que tiene para las grandes trastadas, “yo no quería porque sé que me puedo poner malito”. “Ummm…. ¿seguro?”. “Sí, mamí”. Ahí quedó la cosa, hasta que esa misma tarde una amiga me dijo que lo había visto metiéndose, con otros niños, debajo del grifo del agua muerto de risa. No sé porqué ni siquiera me pareció raro. Peor fue cuando le regalaron un sello de tinta de Spiderman y lo metimos en la ducha literalmente verde (ni siquiera se distinguía al superhéroe de tantas pintadas que se había hecho a sí mismo). “Es que no podía parar porque soy un loquillo”, me dijo tan fresco, “pero ahora me ducháis y no ha pasado nada, ¿verdad mami?”. Aprenden muy rápido y, por algún extraño motivo, la picaresca es un rasgo que asimilan con una velocidad prodigiosa. “Ya voy a ser bueno un ratito porque estoy cansado”, me dijo a última hora de la noche el día de su cumpleaños. No sé quién se durmió antes si él o yo. Suerte que a mí no me tienen que llevar a la cama, sino sé de uno que tendría la espalda destrozada. Feliz semana.