OPINIÓN | Regalos
EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce
Una vez más nos despedimos de las Navidades y lo hacemos a lo grande, con la celebración más bonita y entrañable del año, los regalos del Día de Reyes. Una noche mágica en la que bajan a la tierra sus majestades de Oriente con el único propósito, por más raro que pueda parecernos, de llenarnos la casa de regalos, todos muy merecidos, eso sí, y dejarnos los bolsillos bien pelados. Bueno eso y lanzarnos desde sus camellos o carrozas terráqueas unos caramelazos en toda la cabeza que no siempre son bienvenidos.
Esa noche, con el subidón de azúcar que llevan los chinijos y la emoción de la jornada, si les contáramos a los niños que va a venir un huevo gigante de Saturno a traerles un dragón de verdad, les parecería fantástico. Todo tiene una explicación lógica si el resultado final conviene (esa es una regla que se aprende con tan sólo dos años. Está comprobado científicamente). Cada año las empresas de juguetes se rompen más la cabeza para ofrecer algo diferente que a todos los niños, y/o mayores, les pueda apetecer mucho tener. Adaptándonos a los tiempos este año tendría que haber tocado, que se yo, una Barbie mileurista y un Ken, ya en la treintena-cuarentena, viviendo en casa de sus padres y abonado a tiempo perpetuo a la cola del INEM… o tal vez una Barbie estafadora entre rejas o un Ken propulsor de una cadena de intercambio de favores sin dinero. Pero claro eso, la realidad pura y dura, no vende.
Este año parece ser que se han puesto de moda muñecos tan extraños como un tal “Chichi love”, o algo así, que debe ser un chiguagua sediento de amor, no voy a hacer más interpretaciones con semejante nombre, y un gato de peluche que de vez en cuando se retuerce en el sillón cual mínimo de carne y hueso ante un rayito de sol o una caricia fugaz del dueño de turno. Lo grave del asunto es que en este segundo caso ha sido un regalo que también ha triunfado entre adultos, que ya tiene delito con la que está cayendo gastarse los cuartos en semejante cosa (con la cantidad de gatitos y perritos abandonados que hay en Sara, sin ir más lejos). Además hay un tal “Tom, el gato hablador”, que te echa una charla gratuita con sólo tocarle una patita o rascarle la barriga o que se yo.
En fin, a mi casa llegó un Ironman que va soltando retos y heroicidades sin provocarle ni nada (así en plan político en época de elecciones), y una máscara de Gormiti, que una vez colocada en la deforma la voz de mis hijos y, aunque parezca que no sirve para nada, es totalmente erróneo: sirve para pegarme unos sustos de impresión en cualquier momento del día y, claro está, para que ellos se mueran de risa. Yo le pedí a los Reyes que me pagaran la hipoteca y un buen jamón de mi tierra (extremeño para más señas). Me han traído un vestido, una chaqueta y unos eurillos (se ve que son de oriente y lo del jamón no lo controlan bien). No me voy a quejar, al menos no me han dejado un gato de peluche retozón que, conociéndome, me haría morir del infarto en menos de una semana. Tan mal no fue la cosa. Siempre puedo ir a hacer las entrevistas con la máscara de Gormitti puesta… cosas más raras se han visto.