Domingo, 14 Diciembre 2025
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EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce

Mi hijo mayor está en esa etapa por la que pasan todos los niños en la que están convencidos de que su madre es guapísima y maravillosa, y su padre el hombre más fuerte del universo. Da igual que te vea por la mañana con la melena a lo March Simpson, las ojeras hasta el suelo (motivadas probablemente por el concierto de rock a ritmo de lloros con el que nos deleita cada noche su hermano pequeño) y desgañitando para que alguien te haga un poco de caso (cosa que no suele ocurrir). La maternidad tiene poder como para alterar todo eso y mucho más. Y lo mismo ocurre en el caso de su padre, que aunque sea incapaz de cogerle en brazos más de diez minutos seguidos, para él es un Master del Universo, por el simple hecho de que es su padre. En fin, sean cual sean los motivos. El caso es que esta semana a primera hora de la mañana el pequeñazo se me vino a abrazar, como hace habitualmente, para decirme: “Mamá que bonita eres. Eres tan bonita, tan bonita”. Hasta ahí todo bien, pero la cosa siguió. “Tan bonita… y tienes la cabeza como un cero”… No sé como describir la cara que se me quedó (más o menos parecida a la que debí poner cuando me dijo que era preciosa pero tenía la barriga un poco gorda) no tanto por lo que pudiera significar la frase en sí, sino porque empecé a pensar en lo que me iba a tener que gastar con los años en psiquiatras para nosotros y en psicólogos para ellos (mi hijo no quiere que le cuenten cuentos por la noche, sino que su padre le hable –como ya hace- del espacio exterior, de los anillos de Saturno y –me temo que en breve- del poder del lado oscuro). En cualquier caso, él todo lo que dice, lo dice con mucho sentimiento y sin ninguna intención de ofender, si es que te llamen cabeza de cero puede resultar ofensivo además de extravagante. De la misma manera, cuando se da un golpe viene corriendo para que le de un beso en la parte dolorida porque está convencido de que mis besos tienen poderes curativos. Lo malo es que cuando yo me doy un golpe (cosa que también ocurre con mucha frecuencia no sé si por despiste o falta de vista, aunque sospecho que por las dos cosas) viene raudo como el viento a darme el correspondiente besito curativo, y, aunque se me caigan las lágrimas de dolor, me toca callarme y asegurarle que ya no me duele nada de nada. ¡Qué lastima que en diez años, cuando llegue a la adolescencia y con toda seguridad, lo de dar besos a los padres le parezca un disparate y se niegue en redondo a pasear por la calle a menos de cien metros de sus progenitores! Aprovecharé los buenos tiempos, con ceros o sin ceros.


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