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¿Qué está ocurriendo?

Por Sigfrid Soria del Castillo Olivares

 

La humanidad ha convivido durante miles de años con patógenos que han causado aniquilaciones masivas, las cuales han tambaleado, y hasta destruido, imperios, así como cambiado el curso de la historia. Desde la Plaga de Atenas que en el 430 a.C. mató a 150.000 (la mitad de la población) y posiblemente fue uno de los factores facilitadores para la posterior implantación del Imperio Romano, pasando por la Peste Negra de Bizancio del 542, que eliminó al 40% de la población en 4 meses (12 millones), hasta la Peste de San Cristóbal de La Laguna de 1582, cuando en la isla de Tenerife la peste negra se llevó la vida de 9.000 chicharreros (el 45% de la población de Tenerife).

 

Especial relevancia catastrófica tuvo la pandemia de gripe de 1918, virus H1N1 o gripe A, que tuvo una morbilidad que afectó al 50% de la población mundial (unos 1.000 millones) y una mortalidad del 5%, de los que la mitad ya habían muerto en las primeras 25 semanas. En España se infectaron 8 millones y fallecieron 300.000, con una población total de 20 millones de españoles. Sin duda alguna, cifras aterradoras.

 

En 2019 aparece en China el virus SARS-CoV-2 o COVID19. Desde el punto de vista socio-económico, este agente patógeno está induciendo a gobiernos a tomar medidas que están produciendo un desplome global en los sistemas de producción y logísticos, eliminando la libertad de miles de millones de personas por confinación y sumiendo a la comunidad internacional en un caos sin precedentes que obligará a un reseteo en el que nadie sabe si un nuevo orden mundial se impondrá al sistema de funcionamiento capitalista y liberal que ha funcionado, de una manera razonablemente satisfactoria, hasta la actualidad. También vemos cómo el socialismo-comunismo ha llegado a la casi inexistencia, incluso la descafeinada socialdemocracia llama a la puerta de su propia extinción. Al mismo tiempo, Rusia, los países de la antigua URSS y China se han entregado al libre mercado abrazando al capitalismo, al igual que Vietnam y Laos. El socialismo-comunismo solo existe de forma residual, con gravísimos atentados a las libertades humanas, en Venezuela, Cuba, Corea del Norte y Yemen. ¿Existe la posibilidad de que el cambio de paradigma, que quizás produzcan las consecuencias de la pandemia, coloque en el punto de mira el orden imperante hasta ahora? Exactamente eso es cuanto desea el Foro de Sao Paulo y algún que otro magnate especulador. Este párrafo ha sido muy conspiranoico, ¿o no?

 

Volviendo a lo que dice la epidemiología, el virus que nos tiene sitiados tiene una mortalidad del 3%, siendo muy conservador, la cual está por debajo de la que tuvo el H1N1 de 1918. No sabemos todavía qué morbilidad final tendrá, pero si hipotéticamente tuviera la mitad de la que tuvo la gripe A de 1918, dada la avanzada época en la que está la humanidad a diferencia de cómo estaba hace 100 años, el SARS-CoV-2 infectaría a un cuarto de la población mundial en, eso sí, un plazo corto pues la transmisión es rápida habida cuenta de que los humanos en período de incubación de este virus también son vectores de propagación, a diferencia de otras infecciones virales. Así, tendríamos unas posibles muertes a nivel mundial de unos 45 millones de personas. Si transferimos este escenario epidemiológico a España tendríamos en poco tiempo unos 350.000 españoles fallecidos. Ambas cifras, pese a ser aterradoras, están en la línea de pandemias sufridas anteriormente por la humanidad. Pero, sin embargo, ¿cuál es la realidad? Lo cierto es que desde el cero chino hasta la actualidad han transcurrido cuatro meses y los infectados en todo el planeta no llegan a los 200.000, ni los muertos a los 8.500. ¡Sí, solo 8.500! Es preciso recordar que, en la pandemia de 1918, después de cuatro meses habían muerto más de 30 millones de personas. Pero es que, en España, a día de hoy no llegamos a 12.000 infectados, ni a 550 fallecidos. ¡Sí, solo 550!

 

Estamos pues ante una clarísima situación paradójica de la que se derivan multitud de preguntas. La gran paradoja es que estamos ante una apocalíptica pandemia, así se nos vende, con una incidencia real mundial, tras cuatro meses, menor que la incidencia de la gripe estacional en un país como España. Sin embargo, el intervencionismo gubernamental en la economía, los sistemas de producción, la logística, la libertad individual e, incluso, la conciencia colectiva y personal no tiene precedentes, y todo ello, ¿por algo que incluso con las comprobadas negligencias iniciales que ha habido en China, Irán, Italia y España, tiene una incidencia que, con todos los respetos a los fallecidos y a los contagiados, podría considerarse despreciable en comparación con otros históricos episodios pandémicos? Al fin y al cabo, la intención de este artículo de opinión es cuestionar si el fin justifica los medios, es decir, cuestionar qué fin y qué medios. Y a la vista del análisis, concluyo que el ataque al orden mundial establecido quizás no sea tanto del agente patógeno cuanto de bastardos intereses e interesados en establecer otras reglas de juego con las que quienes muevan los hilos se lucren como nadie se ha lucrado jamás en un período tan corto de tiempo. Por supuesto, con la magnífica excusa de que el virus del murciélago-pangolín va a borrarnos de la faz de la Tierra. Por cierto, las restricciones que pesan sobre los españoles las ha parido el mismo gobierno que autorizó la manifestación del 8M en la que alguna ministra ya contagiada estornudaba sobre los 100.000 asistentes y asistentas, por la cara.

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