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Un aula

Andrea Bernal

 

 

Abrir la puerta de un aula es comenzar a establecer un protocolo mágico.  Está todo dispuesto: Los geles, la fecha escrita en la pizarra, la luz encendida, la ventana abierta. Ellos no han llegado aún pero sus dibujos hablan. Los peces de colores tienen expresiones de hambre, inquietud, alegría,  miedo.Uno puede descifrar la personalidad de cada niño a través de sus lápices, dibujos u objetos más personales.

 

Llegan al aula con mucho entusiasmo, con sonrisas perpetuas, enérgicas, vitales. Esa alegría extraña de las pequeñas cosas que los adultos olvidamos.

 

Están motivados, lo que me da el privilegio de empezar la clase con mucha libertad.

 

Las situaciones que se viven dentro de un aula son mágicas si los alumnos tienen esa edad propicia anti normativa, independiente, y de imaginación desbordada : Los dientes que caen y danzan, los tiburones bribones que quieren atacar el espacio, los novios, las novias, los nocivos, las nocivas, las pócimas secretas o los cuerpos que salen corriendo sin cabeza. Estén preparados. El espectáculo es sorprendente y no apto para mentes cerradas.

 

Para introducirse en tal realidad es obligatorio convertirse en niño de nuevo y olvidar muchos prejuicios: Ser honesto, contundente, cariñoso, firme, comprensivo, ético, coherente, transparente, justo, amigo (pero no muy cercano) autoridad disfrazada de fantasía, narrador de historias, creador de mundos imaginarios.

 

A ellos, me dedico. Con ellos, que son maestros, me quedo.

 

Airam y su acento extremeño, Maya la bella regaza de los abrazos eternos, Adrián y sus mofletes, Claudia y su responsable mirada, Mathias, su barca  y su nerviosismo, Javi y su reloj cardiaco, Heni y su India natal, Sol y sus soles interiores, Ainhara y la fuerza de voluntad, Yannis y su inteligencia desbordada, Aday y su inconformismo, Oriol y su autoexigencia, Gloria y sus gritos a lo Patti Smith, Carlos y su romanticismo, Lillia y su risa constante, Lexi princesa escocesa, Héctor y sus tiburones, Lucía y su voz formal, Carlotas y los entresijos, César y su visión astronómica…

 

 

A ellos, maestros siempre, debo este seguir siendo niña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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