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Una radio, un cigarro y una flor

Andrea Bernal

 

 “Que yo ya he sido antes un joven y una joven,

un matorral y un pájaro y mudo pez del mar.”- Empédocles

 

He aquí el hogar de un marinero frente al mar de Orzola.

Todas las prendas tendidas de su cotidianidad.

 

Se trata del señor Ancor de Brudillard. Sé de su nombre porque al preguntar lo escribe en un viejo papel de crucigramas.

Debajo de su nombre, en letras mayúsculas dice: “Soy sordo mudo”.

 

El señor Ancor de Brudillard ha pasado toda su vida entre maderas y la mar.

Señala con su dedo un “allí, aquél”. Bajo la piedra más puntiaguda, siguiendo la estela de su índice, me dirijo a la trasera de su casa. Observo a un gato negro despedazando una gaviota. Lo señala como tratando de descodificar lo más siniestro de la vida.

 

Algo nos une en nuestros silencios: La posibilidad de la escritura. Pero él tiene la piel morena, tiene óxido bajo sus párpados, tiene dentro el ritmo de las olas. Yo tengo pocos años y un lento aprendizaje.

Sin embargo, ambos podemos usar los viejos crucigramas para descifrar todos los cabos de nuestra vida. Los escribimos en cuatro minutos y treinta segundos. No se necesita más. Escribe tres veces seguidas: Escuchar, respirar, ver. Escuchar, respirar, ver. Escuchar, respirar, ver.

 

Recibo una cortés invitación a almorzar pero decido seguir mi camino sin rumbo. Pongo una mano en el pecho, una ligera reverencia amable en señal de adiós.

 

Me despido de su patio, el alma entera del señor Brudillard. Bajo una esfera ardiente en caluroso azul Orzola: Pinzas de la ropa, una botella de agua, un gato aparentemente domesticado y tricolor, y los tres elementos de un bodegón:

 

Una radio, un cigarro, una flor.

 

 

 

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