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Vivencias en Lanzarote 1963. Las Montañas del Fuego

Memorias de José Eugenio 

 

  • Lancelot Digital
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    Don Santiago Eugenio Quintero, natural de Yaiza, Lanzarote. Casado con Doña Benita Camacho Vera, natural de Güimar, provincia de Santa Cruz de Tenerife.

     

    Debido a años muy malos en Lanzarote entre 1959 y 1960, nos vimos obligados a irnos a vivir a Tenerife, donde la situación ya estaba un poco mejor. El hecho de que mi madre fuera de Güimar, también influyó en la decisión de mudarnos allí. Pasamos tres años más o menos viviendo en Tenerife. Mi padre hizo un viaje a Lanzarote para vigilar la casa y pagar algunas deudas que había dejado pendiente. En esos días, le ofrecieron ser el encargado guía turístico de todas las zonas de Las Montañas del Fuego. Él siendo de Yaiza, su tierra querida, aceptó sin pensarlo. Y nos volvimos a Lanzarote donde empezamos una nueva vida.


    No era nada fácil para nosotros, ya que veníamos de una ciudad bien dotada en aquellos años. Tuvimos que empezar de cero en Yaiza, un pueblo de unos 300 habitantes aproximadamente. Pero poco a poco nos fuimos adaptando a ello. Mi padre siempre nos daba mucho ánimo y mucha seguridad. Nuestro padre fue la primera persona que estuvo en Las Montañas del Fuego como guía turístico en 1963, junto a sus hijos, Angel Eugenio Camacho, y yo, José Eugenio Camacho. Mi hermana, Cipriana Eugenio Camacho, por esos años era todavía demasiado pequeña. En esa época el presidente del Cabildo de Lanzarote era el Señor Don José Ramírez.


    Teníamos que hacer unos 20 kilómetros diarios para ir y volver desde Yaiza a Timanfaya con una camella todos los días caminando. Desgraciadamente, mis padres fallecieron muy jóvenes, y mi hermano y yo, querríamos dejar constancia o testimonio de como empezó el turismo en Lanzarote y más en especial en Timanfaya.

     

     

     

    En aquel entonces se le conocía más como El Islote de Hilario que como Timanfaya o Montañas del Fuego. Hilario era un vecino de Yaiza que se dedicaba a explorar los lugares idóneos donde poder plantar en esa época. Plantaba sobre todo higueras. En ese islote precisamente plantó algunas de ellas, y es por eso que es conocido con este nombre hasta el día de hoy.

     

    Además de en el Islote de Hilario, también plantó en el llano frente a La Tacita de Chocolate, un pequeño cráter subterráneo de color marrón y con forma de taza. Una pena que actualmente no exista, ya que la gente la destrozó intentando llevarse de recuerdo las rocas que lo formaban. Por otra parte el Cabildo tenía una finca en el lugar llamado Los
    Miraderos. Éramos nosotros los que atendíamos la finca y todos los frutos que
    recolectábamos eran para todos los pacientes del Hospital Insular de
    Lanzarote.


    También nos encargábamos de la limpieza desde Los Miraderos hasta las mismas Montañas del Fuego. Empezamos a inventar cosas para que la gente, a parte del paisaje
    maravilloso, tuviera algo más que ver. Empezamos con la quema rápida de aulaga, que se hacía de manera vertical porque así cogía más temperatura.


    Más adelante, para seguir avanzando en nuestros inventos, pedimos a los hermanos Crispín y Pedro Corujo gasolina y gasoil para echarlo en un tubo de 27 metros de profundidad con una temperatura de unos 800 grados centígrados. Primero probamos con la gasolina, que sólo hizo mucho ruido, pero no llego a prender. Días más tarde, hicimos la prueba con el gasoil, éste se inflamó tan rápido que nos quedamos sin palabras; estuvo encendido durante unos 20-25 minutos. Parecía un soplete con una altura de un metro aproximadamente. Era algo sorprendente de ver.


    Más tarde el Cabildo hizo dos perforaciones de unos 20 metros de profundidad. Los obreros, dejaron un bidón de agua de unos 200 litros y junto a él, un cubo vacío de unos 20 litros. En ese momento nos vino una idea a la cabeza. ¿Qué pasaría si en vez de gasoil o gasolina, vertiéramos el agua por los tubos? No lo pensamos y llenamos el cubo para verterlo dentro de uno de los tubos que tenía una temperatura de unos 1000 grados centígrados. El estruendo fue impresionante, y fue tanto lo que subió el géiser que mi hermano y yo corrimos como un kilómetro del miedo que nos dio. Fuimos directos a contárselo a mi padre y al capataz del Cabildo Don Luis Morales. Y así es como empezó a hacerse la prueba del géiser en Las Montañas del fuego, que se sigue haciendo en la actualidad.

     


    Un día, yo iba con un huevo en la mano, cuando de pronto tropecé y el huevo cayó en la arena. Inmediatamente el huevo se cocinó con el calor que desprendía el volcán. Desde ese momento se empezó a hacer la prueba del huevo frito.


    También se hicieron unos hornos, con los cuales se cocinaba con el calor que desprendía el volcán, para que así la gente de la isla pudiera cocinar de manera gratuita.El turismo en la isla empezó a incrementar de manera considerable.


    Don Guillermo Medina Cáceres ingresó en la plantilla, y entonces las cosas comenzaron a mejorar. Guillermo tenía un coche R4 Latas, lo que nos dio tranquilidad porque ahora eran menos los días que teníamos que ir caminando. En el centro turístico, se construyó un bar con una nevera de gas butano, para que la gente que fuera a visitar el lugar tuviera algo fresco que poder tomar.


    Se hicieron varios zocos de piedra hornera, uno de ellos techado, llamado “La vuelta al mundo” ya que contemplaba las cuatro estaciones del año.


    Uno de los días en el que estábamos mi padre, mi hermano y yo, comenzó a salir una humareda de más de cinco metros de altura. Nos asustamos y echamos a correr porque no sabíamos si era tierra, lava, humo, ceniza o cualquier cosa que pudiera expulsar el volcán. Desde la distancia veíamos que empezó a disminuir y decidimos acercarnos poco a poco. Ibamos con las piernas temblando debido al miedo y la emoción de lo que pudiera pasar. Entonces nos dimos cuenta de que la montaña se había hundido.


    Más tarde decidimos hacer algo con aquella grieta que se había formado. Hicimos una cocina, pusimos una piedra laja de dos metros y medio, con un agujero en el centro de unos 20 centímetros. Ahí cocinábamos todo tipo de comida, desde huevos fritos hasta potajes.

     


    La montaña empezó a hacerse demasiado pequeña, necesitábamos más espacio. Por ello se contrató a Don Jesus Soto para que hiciera un restaurante sin dañar la montaña con la ayuda de Luis Morales el capataz. Para ello se hizo un corte en la montaña que quedó muy bien y no alteró el paisaje.


    El restaurante lo gestionábamos nosotros y en él se ofrecía la comida típica canaria. Viejas secas, papas arrugadas, pescado fresco de la isla a la parrilla, ensalada, queso de cabra y como no, nuestro gofio y el mojo picón. Nos conocíamos todos o casi todos los cráteres de la zona. Y la mayor parte de ellos estaban dañados debido a turistas que querían llevarse las piedras como recuerdo.


    Años más tarde, contrataron al escultor y pintor César Manrique. Se le encargó hacer un restaurante mayor, ya que el que había se había quedado muy pequeño. Comenzaron las obras sin darse cuenta, de que, bajo nuestra opinión, estaban dañando el paisaje. Nosotros nos opusimos, pero en aquella época las cosas eran distintas. Mi padre tenía su puesto de trabajo y no quería meterse en problemas, y por ese entonces mi hermano y yo éramos menores de edad ya que la mayoría se obtenía con 21. Tuvimos varios enfrentamientos con César Manrique, porque aunque pensáramos que era un gran artista, creíamos que aquella obra podría dañar el paisaje. Esta obra estuvo parada más de cuatro años por el Ministerio de Información y Turismo. Yo no quiero hacer daño a nadie, simplemente que se sepa la verdad de lo que paso durante todos esos años, ya que es una historia desconocida. Nadie sabe realmente quienes fueron los que comenzaron con todo lo relacionado a Las Montañas del Fuego.

     

    Recuerdo que de pequeño a unos cuatro kilómetros de Yaiza había un cementerio de camellos, se llamaba Los Arenales, y allí se depositaban todos los camellos que se morían de viejos o por enfermedad. El camello fue el animal más importante. En los años 60 fue una gran ayuda tanto para la agricultura como para el transporte en la isla de Lanzarote.

     

    Sólo queremos que se sepa la historia de todo lo que allí pasó y que se reconozca la labor de todos los que iniciamos el turismo en esa zona de la isla. Cuando mi padre se prejubiló, nos llevamos la sorpresa de que estaba dado de alta como peón de caminero. Mi padre cayó enfermo a los 64 años, y el sueldo que le quedó apenas le daba para vivir. Después de tantas penurias, calor, agua, viento, mucho trabajo, caminando, son cosas que no entendimos y que a día de hoy seguimos sin entender. Con esto no queremos reclamar ninguna parte económica, sólo que en un futuro no muy lejano se nos reconozca la labor que cada uno de nosotros aportamos.

     


    También quiero decir que la gente de Lanzarote ha sido siempre maravillosa, desde mucho antes de los años 60. Era una gente de costumbres, mantenía la limpieza de sus calles y jardines, construían sus hornos junto a sus casas blancas de cal con puertas y ventanas verdes, algo que se ha seguido manteniendo a lo largo de las generaciones. Tenemos que reconocer que nombrar Las Montañas del Fuego como Parque Nacional fue una cosa buena para la isla, ya que se delimitó las zonas que hay que respetar, por las que se puede o no pasar, para no dañar el paisaje.


    No nos podemos olvidar de toda esa buena gente de Lanzarote, que ha aportado muchísimo a esta isla, y sin los cuales las cosas no serían como son hoy en día, como Don Jesús Soto, que tanto hizo por los centros turísticos de la isla; Maestro Mateo y Manuel Corujo que intervino en la construcción de las primeras carreteras de la isla; Manuel Curbelo y Victor Fernández. También nombrar a los primeros camelleros, Miguel y Bernardo Díaz, el amigo Vicente Felipe, conocido cariñosamente como Vicente Ripoll, y otros tantos más de
    cuyos nombres no me acuerdo, pero que hicieron mucho por esta Lanzarote que tenemos hoy en día.

     

    Aún sigue en mi memoria, como venían los turistas a pedirte las piedras volcánicas para llevárselas a casa como recuerdo.

     

    Hoy en día, tanto Don Santiago Eugenio Quintero como el Señor Hilario, tienen cada uno su nombre en las casas donde nacieron y vivieron tanto ellos como su familia. Para mantener el recuerdo de mi padre, abrí hace 13 años en la casa familiar un restaurante que lleva su nombre en su honor, La Bodega de Santiago. En la casa de Hilario abrieron un hotel rural con el nombre de Casa de Hilario. Las casa están una al lado de la otra. Se encuentran situadas en el pueblo de Yaiza, en la carretera de Las Montañas del Fuego.

     

    Lanzarote es una isla próspera donde hay tantísimas oportunidades para todos los que viven en ella y los que vienen a visitarnos. Si la sabemos cuidar tendremos una isla para muchos años luz. Termino diciendo que mi objetivo no es económico, sólo quiero contar todo lo que pasó. Hay cosas en la vida, que depende del momento uno necesita contar, para sentirse feliz, y hacer feliz a su familia, amigos y demás conocidos.

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