Domingo, 14 Diciembre 2025
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EL FORO DE LOS BALBOS. Por Mar Arias Couce

Desde niña he soñado que vuelo. No me digan por qué motivo me da por ahí pero cuando llega la noche sobrevuelo por encima de los tejados de la ciudad o ciudades porque desde entonces hasta ahora he vivido en varias y me doy un garbeo. No es un vuelo tipo Superman, es decir tumbada, con vestimenta apretadilla y una capa pelín hortera colgando. En realidad voy de pie pero no camino, me elevo en un plan más ascético, más espiritual (o más vago que no están las lumbares para andar poniendo posiciones extrañas por tan poca cosa). Una vez mi padre me confesó que él también soñaba que volaba por las noches. El tema ya me intrigó: ¿será una cuestión genética? ¿Nos creeremos en mi casa que somos kriptonianos y tendremos mal rollo con la Kriptonita y las piedras verdes en general? En el diccionario de los sueños que consulté me aseguraron que intentaba escapar de mi realidad cotidiana. Mi madre lo achacaba a un exceso de lectura de cómics y libros de ficción, en general. Yo no le di más importancia al asunto y seguí con mis vuelos acrobáticos nocturnos sin más, hasta ahora. El otro día mi hijo mayor me dijo que había soñado que volaba por encima del mar. “Ahí está otra vez la genética”, pensé yo. “Otro kriptoniano más al gremio”. Yo ya le había preguntado hace tiempo a mi marido si a él le pasaba y él me aseguró en su día que él se quedaba en tierra felizmente y que, de hecho, no solía recordar sus sueños. Alejandro, sí. Él vuela con los gormitis, con Batman, Spiderman, Superman y ‘Blas Gordón’ (Blas, sigue siendo Blas, aunque no tenga a Epi para acompañarle en sus tropelías fantásticas). Mata a los malos y defiende a los buenos y va con su hermano Carlitos (supongo que el papel de éste es fundamental a la hora de eliminar al enemigo: una sola noche con él haría desistir de sus ruindades al más cruel villano del planeta) al lado. Me imagino la imagen, uno con los morros manchados de colacao y el otro con el chupete enganchado sobrevolando el Reducto hasta llegar al parque de los columpios. Porque seguro que ahí hacen una parada de descanso. Lo cierto es que, con lo caro y lo complicado (cuando no hay huelga de una cosa es de otra) que está el asunto de las comunicaciones, es una pena que volar no fuera así de sencillo. El planeta estaría mucho menos contaminado y todos seríamos mucho más cultos y formados porque tendríamos la oportunidad de conocer todo el planeta, de practicar los idiomas con los nativos de cada país, evitaríamos trágicos accidentes de tráfico y, por si todo esto fuera poco, me podría ir a Japón cada vez que me apeteciera a disfrutar con mi comida favorita. Sólo espero que mi pequeño coleópetero particular no vuelva a intentar volar desde el sillón como ya hiciera no hace mucho con pésimas consecuencias. Por lo demás, este vicio resulta muy práctico en los veranos en que no tengo programadas vacaciones… ni siquiera con los bolsillos del revés me veo obligada a quedarme en casa… ¡Bon voyage!


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