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¿Jugar o no jugar? Esa no es la cuestión… ¿O sí?

 

  • Lancelot Digital
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    “El juego es malo, a no ser que juegues con nosotros”. Ese parecer ser el resumen de la política estatal del gobierno de Psoe y Podemos que peca, como poco de contradictoria. Este verano, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, anunciaba, concretamente el 30 de agosto, que quedaba restringida la publicidad de apuestas y juegos de azar. ¿Los motivos?  Aparentemente reducir las ludopatías entre la población. Y el gobierno bicéfalo sacaba pecho por impulsar una ley tan honesta, tan loable. Hasta ahí, nada que decir. El problema surge cuando la realidad, terca, como suele ser, se empeña en mostrarse sin ambages. Y es que, aunque las casas de apuestas no puedan publicitarse, no ocurre lo mismo con la bien engrasada maquinaria de juegos y apuestas del Estado. El Extra de Verano, la Lotería de Navidad, el Bote, Euromillones, La primitiva… estos y otros muchos juegos, cada vez más y más variados, se anuncian, una y otra vez, hasta que el pobre consumidor se aprende las canciones y las coletillas de memoria. Los niños inventan juegos de palmas y de saltar a la comba con ellas, y a nadie le parece mal. La Gaveta Económica publicaba el pasado mes de octubre un amplio reportaje que analizaba en profundidad esta cuestión.

     

    Quién factura, esa es la clave

     

    Jugar no, jugar es malo, o al menos lo es no si no facturamos nosotros. De hecho, nada más emotivo que los anuncios del sorteo de Navidad, ¿quién no ha llorado al menos algún año con la ya tradicional publicidad que, no solo nos invita a jugar, sino a compartir el juego con niños y mayores, compañeros y vecinos? Nada más nuestro que el ‘Calvo de la Lotería’. Juguemos todos, pues, pero eso sí, no de cualquier manera. No con cualquiera. Es más, el Parlamento de Canarias aprobaba en 2020 una suspensión de nuevas licencias para locales de juego en las islas, un adelanto a la anunciada reforma de la Ley del Juego de Canarias que se debe producir antes de que acabe este año. Una decisión valiente, pero no se renuncia en cambio, ni Canarias, ni ninguna comunidad autónoma, a ilustrar los décimos de la Lotería Nacional con las bellezas de los pueblos y ciudades de todo el país. Eso es un orgullo patrio. Y los alcaldes y resto de autoridades presumen de que la plaza de su pueblo se muestra en todo el país de esta manera. Es una publicidad excelente.

     

     

    Llorar de felicidad

     

    Los anuncios de Lotería, la Nacional, insistimos, la del Estado, se realizan además en horarios de máxima audiencia, para que disfruten de ellos mayores y también niños. Parece ser que en esos casos el mensaje no invita a la ludopatía. Tampoco debe invitar el ver a los niños de San Ildefonso, tan pequeños, tan bonitos, tan uniformados, tan inocentes, haciendo retransmisiones del sorteo del 22 de diciembre durante horas. Son portadores de la más completa felicidad. Lloran al dar un premio importante y nosotros lloramos al ver su emoción. Nada más navideño que eso. Sin embargo, y volvemos al inicio, los anuncios de locales de apuestas son lo peor, porque pervierten la inocencia e incitan al juego. Algo falla en este discurso que promociona lo que critica y justifica lo injustificable, siempre y cuando los beneficios recaigan en las arcas del Estado. Paradojas de la vida, o más bien de las políticas vitales de un Gobierno que sabe usar muy bien la propaganda en su beneficio y que sabe que puede prometer lo que le de la gana, y luego hacer lo que mejor le parezca porque la memoria  nunca ha sido el fuerte de los españoles. Así que, ni se les ocurra entrar en una casa de apuestas, pero no te olvides de encargar ya tu décimo de Navidad, para ti y para los tuyos… no sea que toque y te vayas a quedar sin tu pedacito de pastel.

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