Domingo, 14 Diciembre 2025
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Marcial Martín presentaba en octubre su libro “Testigo de la Historia”, una obra en la que repasa su trayectoria y la transformación de la isla

Marcial Martín presentaba en octubre su libro “Testigo de la Historia”, una obra en la que repasa su trayectoria y la transformación de la isla

  • Lancelot Digital
  • Jesús Betancort

 

Marcial Martín, histórico director de los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote, acaba de publicar un libro en el que repasa su trayectoria y la transformación de la isla desde mediados del siglo pasado. Lo hace desde la mirada del testigo directo que fue de aquel proceso en el que coincidieron nombres fundamentales como César Manrique, Jesús Soto o José Ramírez Cerdá. “Seguramente escribo ahora porque tengo más tiempo que cuando estaba en activo”, dice. “En aquella época no tenía horarios ni vacaciones, pero fue una etapa maravillosa, porque sabía que estábamos construyendo un proyecto que iba a transformar la isla”.

Su historia en el Cabildo comenzó siendo apenas un adolescente. “Con trece años ya trabajaba allí. Antes lo hacía en la farmacia Tenorio, de chico para todo. Un día me llamaron desde la Presidencia y el presidente me dijo: ‘El 1 de abril de 1962 te presentas en el Cabildo, que vas a ser botones’. Mi madre no sabía ni qué decir. Aquello fue una renta complementaria muy importante para la familia”.

Entre sus recuerdos más nítidos está el día que conoció a Jesús Soto, el artista majorero que se convertiría en pieza clave en la configuración estética de los espacios creados por el Cabildo. “Era un hombre alto, con el pelo rizado y recogido en una goma. Me impresionó. Venía a ver al presidente del Cabildo para hablar del encargo de la Cueva de los Verdes. Ese día empezó una historia que cambió Lanzarote”.

Soto, cuenta Martín, trabajaba siempre a pie de obra, mientras que César Manrique, que entonces residía en Nueva York, acudía de manera intermitente para dar directrices. “César era pura vitalidad. Le gustaba la vida. Cuando venía era una fiesta”, dice. “Pero quien se pasaba los días y las noches en la obra era Soto. Jugaba con la sombra, con la luz, con las texturas de la roca. Creó una atmósfera mística en la Cueva de los Verdes”.

La inauguración de la cueva, en 1964, fue un éxito. “La aceptación del público fue extraordinaria. Allí nació un artista, Jesús Soto Morales”, asegura. Poco después, el presidente Ramírez Cerdá le encargó el acondicionamiento de los Jameos del Agua, con la condición de que Manrique asumiera la dirección artística. “El Jameo Chico es una obra de César y de Soto”, afirma con firmeza.

Martín lamenta que la figura de Soto haya quedado en un segundo plano. “Se le ha borrado de la historia para catapultar solo a César, y eso es un error. César sería más grande si se reconociera a quienes trabajaron con él”.

Recuerda que el equipo que impulsó los Centros de Arte, Cultura y Turismo no era el de Manrique, sino el de José Ramírez Cerdá. “Él supo rodearse de las personas adecuadas: Antonio Álvarez, César, Soto, Luis Morales y todos los trabajadores —los cabuqueros, albañiles, electricistas, personal de hostelería— que hicieron posible los proyectos. Sin ellos no se habría hecho nada”.

Con solo dieciocho años, Marcial fue nombrado gerente de los Jameos del Agua. “El presidente me llamó para hablar de unas quejas sobre el servicio. Dos semanas después me dijo: ‘He reflexionado y quiero que sea usted el gerente’. Le respondí que era muy joven, pero me contestó: ‘No importa. Tú sabes lo que hay que hacer’”. Desde entonces dedicó toda su vida profesional a los centros.

En su libro, Martín reivindica que gestionar los Centros de Arte, Cultura y Turismo “no es solo una cuestión económica, sino de conservación y mantenimiento de un legado filosófico y artístico”. Añade que la pintura de César Manrique, eclipsada por su obra arquitectónica, merece también ser revalorizada. “César siempre decía: ‘Yo soy pintor’. Y fue un gran pintor. Las instituciones deberían redoblar los esfuerzos para difundir esa parte de su trabajo”.

La importancia de la red de centros es indiscutible para Martín. “Antes era un territorio olvidado, de agricultura de secano y pesca artesanal. Hoy la autoestima del conejero está alta, y eso se lo debemos a ese proyecto colectivo que cambió nuestra forma de vernos y de vivir”. “Conservar la red de centros —añade— es mantener viva la historia. El mayor patrimonio de Lanzarote en el último siglo es, sin duda, ese legado”.


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