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La que se nos viene encima

Francisco Pomares

 

Mientras el Gobierno de España prepara menesterosamente un ‘Plan de respuesta a la guerra’ para hacer frente a la crítica situación que se avecina, el presidente Sánchez parece andar en otros vuelos: el glamour de las cumbres de próceres continentales, las apuestas multimillonarias para la trasformación energética, la construcción de esa nueva Europa unida en la que ahora creen las élites, las estrategias militares de futuro y la defensa integral contra las bravuconadas de Putin. Sánchez ha descubierto el liderazgo en tiempos de guerra que antes que a él cautivó a otros, como el belicoso Aznar de la foto de  las Azores y la ‘Tormenta del Desierto’. Por supuesto, los tiempos y estilos son distintos: la de ahora no es una guerra lejana, se desarrolla en la casa común de los europeos, y no contra aquél petrodictador que antes fuera el encargado de proteger a Occidente de los iraníes. La de ahora es una guerra que nadie puede habar con una potencia nuclear dirigida por un tipo con muy malas pulgas, y al que el mundo no quiere provocar más que lo justo. Y España no ha puesto su Ejército a disposición del gran patrón americano (ni de nadie), sólo ha mandado a Ucrania, a pesar de iniciales reticencias, algunos excedentes de armamento y material militar de segunda. Es por eso poco probable que Sánchez llegue a estirarse en el rancho de un presidente USA, y mucho menos que se atreva a ponerle los pies sobre la mesa.

 

Bajemos a tierra: así, mientras ayer intentaba el presidente explicar en el Congreso su ambiciosa visión de la Europa futura, se encontró con la resistencia de Sus Señorías a elevarse con él hasta los cielos del liderazgo. A los diputados les preocupa más los votos que sostienen sus sueldos y canonjías. Y por eso piensan en la factura de la luz, en el precio de los combustibles, en aceites y piensos, y en los equilibrios que tendrán que hacer las familias para poder hacer la compra, y los empresarios para pagar a sus empleados. Que son los que votan. Pensando en esas familias y esos votos, la diputada más follonera, Ana Oramas, pidió ayer a Sánchez información sobre los planes de su Gobierno para compensar los problemas económicos que la guerra va a provocar al territorio ultraperiférico y vulnerable de Canarias. En medio de una calima nunca vista en España, (en la España continental, diría yo)Oramas tiró de metáfora para recordar que las islas sufren patologías económicas previas, agravadas por el coronavirus, el frenazo del turismo y el volcán, y que esta nueva crisis puede acabar por matar a un paciente ya debilitado: “en Canarias va a surgir un nuevo volcán de pobreza que va a destrozar la vida de muchísimas familias”, dijo. Sánchez, que ahora que viaja parece que ha descubierto la importancia de centrarse (ya sólo se enfada con Abascal), le contestó tiernamente que su Gobierno mantiene con Canarias el compromiso de “proteger y repartir” (sic) las consecuencias de la guerra, y que Canarias tiene ahora la gran oportunidad de reforzar su autonomía energética apostando por la energía renovable.

 

¿Ahora? ¿Antes no? Es chocante que tenga que producirse una guerra para que el Gobierno de la nación se plantee la autonomía energética de las islas. Pero si la perra sigue por este camino, el problema aquí no va a ser que nos falte energía, sino que nos sobre. El turismo, principal industria del archipiélago, la única que se ha demostrado capaz de crear empleo de forma masiva en las islas, perdió el año pasado diez mil millones de euros, y dejó sin trabajo a más de la mitad de sus empleados. Es verdad que las últimas noticias que llegan de Ucrania son optimistas con la posibilidad de parar las hostilidades. Pero nunca se sabe: si la guerra sigue activa de aquí al verano –incluso con menor intensidad–, es perfectamente probable que la crisis del único sector que tira de verdad de nuestra economía se enquiste. En una región con más de 400.000 personas pobres que sobreviven gracias a las ayudas públicas, el paro, y las pensiones de los mayores, la cuestión no debiera ser ahora el reparto del maná europeo en Pertes y otros negocios mosqueteros, sino un nuevo plan de contingencia. Canarias está ya completamente exhausta después de dos años de colapso económico. Esta tierra va a necesitar algo más que molinos y placas solares para sostener la ya maltrecha economía de sus hijos, ante la que se nos viene encima. 

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