Una cruz, muchas lecturas

- Lancelot Digital
La reciente polémica en torno a la cruz de piedra ubicada en la Plaza de Las Palmas vuelve a poner sobre la mesa un tema tan sensible como complejo: la memoria histórica. Este monumento, erigido en la época del franquismo, ha sido objeto de debate por su posible vinculación simbólica con la dictadura. Sin embargo, no está nada claro que la cruz —por sí sola— constituya un símbolo de exaltación franquista.
En primer lugar, conviene recordar que no todo lo construido durante el franquismo es automáticamente franquista. El contexto histórico es importante, pero también lo son el uso, la simbología y la intención del monumento. La cruz en cuestión carece de inscripciones o elementos explícitos que glorifiquen al régimen, lo que ha llevado a algunos sectores a considerar su presencia como parte del patrimonio urbano, más que como un homenaje al pasado autoritario.
No obstante, la carga simbólica de una cruz de grandes dimensiones en el espacio público, especialmente si fue instalada durante la dictadura, puede generar dolor o incomodidad en amplios sectores de la ciudadanía. Y eso también debe ser tenido en cuenta. La Ley de Memoria Democrática insta a retirar elementos que exalten la dictadura, pero también deja margen para interpretar caso por caso, atendiendo a criterios históricos, artísticos y sociales.
Tal vez el problema no esté tanto en la piedra como en el silencio. Mientras no se promueva un debate público informado, sereno y plural, cada acción o decisión en torno a estos símbolos correrá el riesgo de convertirse en una batalla ideológica. El reto no es solo decidir si la cruz debe permanecer o ser retirada, sino cómo construir una memoria compartida que respete tanto el dolor como la diversidad de interpretaciones.
En tiempos de polarización, conviene recordar que los símbolos no son inocentes, pero tampoco unívocos. Una cruz puede ser un signo religioso, una pieza histórica, o un vestigio incómodo de otra época. La clave está en cómo decidimos mirarla hoy.